jueves, 19 de octubre de 2023

 

 tercera parte, UNA PEQUEÑA INTRODUCCIÓN A LA TEOLOGÍA.  (150)

 

Si consideramos lo que es la comunicación humana, podemos contemplar diferentes aspectos, el primero es la palabra hablada que los primeros pobladores de este mundo, solo nuestra imaginación nos puede dar indicios de lo que se comunicarían en esos remotísimos tiempos, después podremos contemplar los jeroglíficos, las pinturas rupestres, y otras formas de dejar para los descendientes, mensajes de alguna naturaleza. Enseñanza de hazañas, gestas, cacerías, costumbres, etc. Y la historia humana nos llevará al enorme invento del alfabeto que decanta en la escritura, y a su vez a otro de los mas progresistas inventos humanos que es la imprenta. A partir de esta el saber leer se irá convirtiendo en una necesidad personal. Los libros nos comunican cosas extraordinarias, la sabiduría se empieza a diseminar, las especialidades van naciendo, así hay libros de historia, de herbolaria, de medicina y muchas otras ciencias que aportan a la comunicación humana conocimientos múltiples, diseminados globalmente, estos una vez impresos en libros contribuyen enormemente al desarrollo humano. Son fuentes de conocimiento que se conservan, se transmiten generacionalmente y que van enriqueciéndose en su sapiencia con las nuevas aportaciones de los especialistas de cada ramo. Hay épocas como la llamada de oro española, que producen autores cuyas obras son inmortales, en teatro, novela, dramas, etc.

Pero por muy perfecta que sea la palabra escrita no será nunca tan enriquecedora como la hablada, y toda palabra escrita, por específica que sea necesitará ser explicada con lenguaje vivo, esto aplica en la espiritualidad de manera importantísima. Jesucristo, que dicho sea de paso no nos dejó ni una sola palabra escrita, pero de alguna manera misteriosa si preparó, a sus discípulos para que usaran la palabra escrita, pero no como forma exclusiva de lo que tenían que comunicar a las gentes de entonces y posteriores, de allí que contamos con LA TRADICIÓN, que es palabra viva, transmitida por ellos mismos y sus seguidores, por lo tanto no toda está escrita, ni lo estará. Jesucristo dio a sus apóstoles responsabilidades y distinciones únicas entre sus discípulos, lo que les confería una autoridad especial.

La autoridad que sus once seguidores (y después  San Pablo) tuvieron les confirió un “estatus” que  vino a ser el de:  los Apóstoles, caía por tanto la responsabilidad de maestros, vemos en ellos  al primer MAGISTERIO DE LA IGLESIA y son ellos los que nombran a los obispos, sus  sucesores. Es de una importancia suprema que se perpetúe la misión apostólica, no puede ser suprimida la administración de los Sacramentos. Hoy ese Magisterio está constituido por todos los obispos, nombrados por los Papas, quien los encabeza, y les otorga autoridad suprema en sus respectivas diócesis, ( existe la forma de Obispo Primado para ciertas áreas, y tienen una supremacía en materia honorífica, y de  ciertos derechos de jurisdicción). Pasando en la actualidad de 5,000 y se organizan en Concilios, Sínodos, Congresos Eucarísticos de varias formas, Conferencias Episcopales, y otras más. La principal misión del Magisterio es la preservación del Depósito de la fe. Pen México, para entender esto mejor se requiere decir que por MAGISTERIO DE LA IGLESIA, debemos entender que se trata del cuerpo de obispos que están en comunión con el Papa, siendo su función la de dar la clara, y auténtica interpretación de la Palabra de Dios oral o escrita. La Palabra de Dios es espiritual pero se autoriza su interpretación de manera prominente, por medio del lenguaje humano, recayendo la responsabilidad en el Magisterio mencionado.

Es de muchísima importancia en nuestra religión la parte de la Revelación que con certeza y autoridad divinas nos deja Jesucristo a través de su Magisterio al dar poder a sus discípulos con el mandato apostólico que todos los bautizados heredamos cuando les anuncia solemnemente: “Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Mt. 28, 18-20. Estamos frente al Depósito de la Fe, inalterable en su divina pureza. (estamos a punto de que comience el Sínodo de la Sinodalidad y esto es absolutamente básico).

Como el mandato evangélico de cristianizar a todo el mundo recae también en cada uno de nosotros los laicos, no es exclusiva de los obispos, presbíteros, diáconos, catequistas, etc. Sino que todos los católicos estamos de diversas maneras involucrados en ello. Es responsabilidad de la Iglesia y la Iglesia somos todos, esta ha sido instituida para que permanezca hasta el final de los tiempos, o sea la Parusía o segunda y definitiva venida de Jesucristo a este mundo, por lo tanto para ser el pueblo de Dios debidamente catequizado, formado, instruido sin equivocación alguna, el Magisterio de la Iglesia, cuida, conserva, interpreta debido a los signos de los tiempos la Doctrina de Jesucristo, los Dogmas, la Liturgia, los Sacramentos y su administración en forma continuada perenne.

Es Dogma de nuestra Iglesia Universal la Infalibilidad de lo que el Papa expresa EX CATHEDRA, y cuando este aprueba algo que el Magisterio le presenta y lo define el Santo Padre como Dogma divinamente revelado, nos obliga a todos los bautizados. (Lumen Gentium n. 18, cf. 25). Nos debe quedar claro que los Papas hablan en múltiples ocasiones de doctrina, pero Ex Cathedra, lo hacen en muy señaladas ocasiones. Es parte importante de su tarea de pastor universal el guiar a la Iglesia, y lo hace con una constancia muy frecuente, recordándonos, aclarando puntos, comentando lo necesario, pero como ya se ha dicho insistentemente la Absoluta Infalibilidad solo se da en muy contadas ocasiones, siendo garantía de que procede de la Divina Revelación y la Sagrada Tradición que es también cauce de la Divina Palabra escrita y la explica. Ambas están absolutamente unidas y compenetradas.

Acudamos a María Santísima, nuestra Madre del Cielo para que nos de luces que nos permitan entender, obedecer amar y respetar la Divina Revelación en sus dos cauces la Palabra escrita y la Palabra traída.

JCS.

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