viernes, 25 de enero de 2019

FORTALEZA, una de las virtudes cardinales.


FORTALEZA, una de las virtudes cardinales.
Ser fuertes  de ánimo ayuda a sobrellevar las dificultades y superar nuestros límites. Para los cristianos, Cristo es el ejemplo para vivir esta virtud, que abre la puerta a otras muchas.
Séneca de modo gráfico decía a propósito de la fortaleza:  “A través de las dificultades, hasta las estrellas”.( Per aspera ad astra.)
Conseguir lo valioso, para los humanos significa, esfuerzo. Lo que vale cuesta. La experiencia humana nos enseña que  para conseguir lo mejor, solo es con esfuerzo que lo logramos, los obstáculos en nuestras vidas siempre están allí y hay que irlos sorteando, esa es nuestra lucha para alcanzar bienes mas altos,  es por ello que la fortaleza es admirada por los hombres, los pensamientos de los antiguos griegos ya  consideraban a la fortaleza como virtud cardinal. Nos dejan la lección de que el apetito irascible del ser humano le da vigor para buscar el bien por arduo y difícil que sea.
Pero  como en todo,  está el otro lado de la moneda, se constata continuamente en nuestra propia vida aquello que no hemos sido capaces de realizar y que se trataba de tareas que estaban a nuestro alcance, encontramos dentro de nosotros mismos las renuncias que llevamos a cabo frente a algo laborioso, por el esfuerzo que implica, por lo que vemos, en teoría,  que tenemos capacidad para grandes sacrificios a la vez que grandes claudicaciones.
La Revelación Cristiana  ofrece una respuesta llena de sentido a este problema, en numerosas ocasiones la Biblia alaba la fortaleza,  Jesucristo al explicarnos que la puerta es angosta nos da a entender la dificultad de salvarse,  sin esfuerzo, en otra ocasión hablando del Reino de Dios nos aclara que lo alcanzan los que hacen violencia. (violenti repiunt). La Escritura nos aclara también que la fortaleza nos viene de Dios,  el salmo 31,5 dice: porque Tu eres mi fortaleza,  San Pablo esto lo entiende muy bien, al decir: cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte. O cuando el Sr. Nos dice “te basta mi gracia”. O cuando nos asegura “sin mi, no podéis hacer nada”. Así es que nos resulta posible seguir a Jesucristo, con esa fortaleza que se nos da prestada, a lo que podemos concluir que la verdadera felicidad la encontramos, auxiliados de este don, en seguir la voluntad de Dios.
La Iglesia desde su inicio ha sentido verdadera veneración por los mártires, quienes han ofrecido su sufrimiento por su plena identificación con Jesucristo, lo que han testimoniado con su sangre. En esta época aún se siguen dando casos de mártires, como ejemplo podemos mencionar a los múltiples casos de misioneros.
Nos recuerda Benedicto XVI  que hay también un martirio de la vida cotidiana de cuyo testimonio el mundo de hoy está especialmente necesitado: el testimonio silencioso y heroico de tantos cristianos que viven el Evangelio sin componendas, cumpliendo su deber y dedicándolo generosamente al servicio de los pobres..
Un ejemplo lo vemos en la Virgen que al pié de la cruz de su hijo, que sin morir nos dejó un ejemplo de fortaleza, pidámosle a ella que interceda por nosotros para que tengamos fortaleza, a los pies de la cruz de Cristo.
La Virgen Dolorosa es testigo fiel del amor de Dios, e ilustra muy bien el acto de del ejercicio de la virtud de la fortaleza, que consiste en resistir lo adverso, lo duro. Resistencia en el bien, porque sin bien no hay felicidad. Este bien se identifica con la contemplación de la Trinidad en el cielo. La Sagrada Escritura en varias ocasiones se refiere a la roca, como sustento de lo fuerte, de lo que resiste.
Son varias las virtudes que se relacionan cercanamente con la fortaleza,  se suele hablar de la constancia, cuando se trata de vencer la tentación de abandonar el esfuerzo,  la paciencia y la constancia que nos ayudan a sufrir en silencio contrariedades, son palabras de Jesús “con vuestra paciencia poseeréis vuestras almas. Otra lección de Nuestro Señor Jesucristo: “quien persevere hasta el fin, ese se salvará”. (Mt.10,22).
San Josemaría, nos dejó esta bella aseveración: “Comenzar es de todos; perseverar, es de santos”. Él que tubo, como característica propia y enseñó ese gran amor al trabajo bien acabado, que  describía como el saber poner las últimas piedras en cada labor realizada.
La fidelidad debe estar sujeta a la duración, esto puede ser coherente en un día, o menos, una semana o un año o toda la vida. Sería falta de coherencia, fijarse una duración de una semana y lograr solo tres o cuatro  días., cuando se trata de la fidelidad a Dios, siempre hablamos de toda la vida. Aunque puede haber objetivos (mandas) de plazos predeterminados., recordemos la parábola de los talentos, del Señor: Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor.”.
Epitafio del rey inglés Jacobo II “Grande en la prosperidad, mayor en la adversidad”. Esto nos expresa armonía entre distintas partes de la virtud de la fortaleza que se relacionan con el acto de resistir el bien, y que nos hablan de magnanimidad y magnificencia, que son: la paciencia y la perseverancia en referencia al acto de atacar, de acometer tanto lo grande como lo pequeño en tanto moderadoras de acciones atrevidas y audaces,  ocupándose la fortaleza del temor,  de la audacia, e imposición  del equilibrio.
San Josemaría nos enseñó al emprender obras virtuosas excelentes y difíciles, dignas de gran honor, en las que apreciamos estas cualidades de magnificencia, en las que los recursos económicos y materiales adecuados a cada proyecto.nos dejó escritos en los que describía la persona magnánima en estos términos: “animo grande, alma amplia en la que caben muchos. Es la fuerza que nos dispone a salir de nosotros mismos, para prepararnos a emprender obras valiosas, en beneficio de todos. No anida la estrechez en el magnánimo; no media la cicatería, ni el cálculo egoísta, ni la trapisonda interesada. El magnánimo dedica sin reservas sus fuerzas a lo que vale la pena; por eso es capaz de entregarse él mismo. No se conforma con dar: se da. Y logra entender entonces la mayor muestra de magnanimidad: darse a Dios”.
Se requiere magnanimidad para emprender cada jornada, la empresa de la propia santificación, el apostolado y testimonio cristiano en medio del mundo con las dificultades que siempre habrá se apoyará en la convicción  de que todo es posible para el cree. En este sentido el cristiano magnánimo no teme proclamar y defender con firmeza y discreción las enseñanzas de la Iglesia.
Aquí caben dos reflecciones: el ser intransigentes con caridad, sin tratar de imponerse, mas bien con paciencia y buscando la mejor oportunidad. Y recordar que debemos de tener --piedad de niños y doctrina de teólogos—considerando que las verdades del Magisterio no se contraponen a la libertad de opinión de los otros, después de todo nosotros si distinguimos las verdades de fe de las simples opiniones humanas.
Dios es grande y nos comunica su grandeza en la intimidad,  pues está presente en nosotros con toda su enormidad inconmensurable, por lo que podemos concluir como lo hizo la Virgen Santísima al decir en el Magnificat “…porque ha hecho en mi cosas grandes”. El esplendor de esta exultación de la Virgen nos enseña: que solo es grande el hombre si Dios es grande.

No hay comentarios:

Publicar un comentario