miércoles, 17 de noviembre de 2021

AMOR FAMILIAR, PADRES A HIJOS E HIJOS A PADRES.

 

  AMOR DE PADRES A HIJOS Y DE HIJOS A PADRES.

Estaremos todos convencidos de que el amor es el principal ingrediente de la vida humana. En primerísimo lugar el amor a Dios, a quien debemos de amar con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra alma, con todo nuestro corazón, con toda nuestra voluntad, lo que implica una actitud de solidaridad, de compromiso, de entrega a sus mandamientos, de agradecimiento en especial por dos aspectos, uno  el que Él nos ama a todos y a cada uno desde la eternidad, y dos, el que nos otorga la capacidad de amar. Don maravilloso que enriquece nuestro espíritu humano. Dicho lo anterior meditemos sobre lo siguiente: esta capacidad se manifiesta de múltiples formas, unas positivas y otras que deformadas por diferentes motivos son negativas. Entre las positivas destaca por sobre otras el Mandamiento Nuevo, que Jesucristo nos lega: “Amaos los unos a los otros; como yo os he amado….”. (Juan 13,34) y que llevamos a la práctica especialmente en la familia lo que nos sublima espiritualmente en forma notable, y entre los amores perjudiciales, que nos baste con mencionar: el amor al dinero, a la fama, y cosas parecidas que son materialismo puro.

Dios Trino y Uno, creador nuestro, nos muestra cual es su voluntad y además lo incluye en nuestra conciencia universal, al crear a la primera pareja humana, un hombre y una mujer a quienes indica que pueblen la tierra. Todas las parejas humanas, tanto de hombres buenos como los que socialmente no lo son, aman a sus hijos y a sus padres, ese amor intrafamiliar no distingue las diferencias de las actitudes frente a la sociedad de los seres humanos. Se dirá que lo mismo sucede con los animales, lo que no es cierto, pues los animales obran por el instinto que el Creador les incluye, pero no es amor, insisto es instinto, que a su debido tiempo convierte a los animales dentro de las propias camadas en enemigos cuando del sustento se trata. Vemos por tanto esta diferencia básica. La que nos señala el concepto original de la familia, pequeña unión de amor,  que aunque repetido infinidad de veces, aquí lo hago de nuevo, al recordar que  los hombres somos  gregarios, y por tanto hemos llegado a conformar después de las comunidades, pues en las familias las carencias tienden a unir, En las grandes conglomeraciones sociales y estas se sustentan en las familias, de ahí que son células de la sociedad, tan importantes que, cuando en una sociedad las familias van bien, dicha sociedad va bien también, esta célula social se sustenta en su núcleo, que es el matrimonio, unión de amor, y la generación propia de esta unión es la materno-paternal, nuevamente fuente de amor, en esta ocasión de los hijos a los padres y de estos a sus frutos humanos. Como vemos nuestras vidas se sustentan en el amor, de allí su enorme importancia.

La milenaria sabiduría de la Iglesia que proviene de la Revelación Divina, nos da a los católicos esa reverencia, ese respeto santo al matrimonio y a la familia. Procedencia y razón por la que Jesucristo elevó esta institución natural del matrimonio a Sacramento, sublime acto de amor divino hacia el ser humano, que incluye el vínculo indisoluble, aparte de sus otros fines y frutos, factor socialmente perfecto. Ninguna otra forma de matrimonio puede, ni remotamente compararse a la riqueza del matrimonio católico, institución tan mal entendida, tan poco conocida y apreciada, por los no católicos. Y dentro de nosotros, lastimosamente también en ocasiones, traicionada con infidelidades, desamores, irresponsabilidades, y demás.

En el amor a nuestros hijos están implícitos todos aquellos actos que llevamos a cabo para educarlos, para perfeccionarlos en todos los aspectos de su personalidad individual, debiendo ser, el que destaca por su enorme importancia, el introducirlos en la fe cristiana y darles ese ejemplo que tanto educa, siendo a nuestra vez buenos cristianos. Ningún beneficio educador es superior al buen ejemplo, en especial cuando nuestros vástagos no han llegado a los 18 años de edad, por supuesto que después también, pues sabido es que la educación que proporcionan los padres no termina nunca, sino hasta muerto el hijo, pues aunque muertos los progenitores, su ejemplo, sus consejos, sus vidas siguen siendo pauta que en forma retrograda nos condiciona, nos recuerda sus enseñanzas, en pocas palabras conforme maduramos tomamos en amorosa consideración los recuerdos venerables que de ellos heredamos. En pocas palabras es nuestra responsabilidad hacerlos depositarios de lo que nosotros sabemos y practicamos de nuestra religión en todas sus facetas, la sacramental, el camino terrenal de santidad,  la moral, el Bien Último Sobrenatural, que incluye el amor a Dios y a los demás. Otros amores terrenales, al terruño, a la patria, al Bien Común, a la sociedad, a nuestra alma mater, a la naturaleza, a nuestro entorno, a las buenas lecturas, al estudio, etc. deberán ser incluidos en una educación integral.

Me parece apropiado que para terminar este artículo, reflexionemos un poco en el Mandamiento Nuevo de Jesucristo, se trata de caridad sobrenatural ya que, en el amor a Dios está implícito el amor a sus criaturas y es el hombre el mas importante de su creación, pero ¿a que nos lleva esto? por supuesto que no a un amor simplemente pasivo, sino a uno operativo, y lo tenemos que ejercer, cumpliendo con nuestra acción evangelizadora, invitando a medios de formación,  a los círculos de estudio, a frecuentar los Sacramentos. En Estos ministerios es un gran maestro el Opus Dei, al acercarnos a este obtendremos invaluable ayuda,  y conocimientos, que nos enseñan el camino de la santidad. El llamado de Jesucristo lo interpretan acertadamente los teólogos como algo que se tiene que ejercer entre las naciones, razas, etnias, enemigos, personas de otras confesiones religiosas. Esto nos habla de un apostolado fraternal sin distinción de personas. Y lo es, en otro plano, también al desarme y a la paz entre las naciones, es el ilimitado amor de Dios por sus criaturas predilectas. Nada hay mas admirable que una familia cristiana que vive en armonía, y que cumple con sus obligaciones cristianas, por convencimiento razonado y sustentada en el amor. Meditemos en tanto hijos en el venerable y agradecido amor que a nuestros padres debemos, y en tanto padres en el  responsable y delicado amor que a nuestros hijos debemos.

JCS.

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