miércoles, 25 de junio de 2014

JUSTIFICACIÓN:
El pecado de Adán  atrajo sobre todos los hombres la condenación, y la obra de justicia de uno solo,  JESUCRISTO  procura a todos la JUSTIFICACIÓN con su muerte y resurrección, que nos da la oportunidad del perdón. Jesucristo vino a este mundo por todos los hombres, no vivió su vida para sí, sino para otorgarnos la riqueza de la salvación eterna.
La JUSTIFICACIÓN empieza con el perdón de los pecados que el Bautismo nos otorga, continúa a lo largo de nuestra vida con el cumplimiento de la voluntad divina por parte de nosotros, por el hecho de recibir, como ayuda imprescindible,  su Gracia   en especial a través de los Sacramentos y su término es en la Salvación, que es nada menos que nuestra santidad.
En las Sagradas Escrituras hay múltiples menciones de la JUSTIFICACIÓN, siendo su significación la forma de vida que busca la santidad, la que se orienta hacia la salvación. La palabra en el Nuevo  Testamento hace referencia  a ese acto de Dios  que nos comunica la justicia divina por creer y seguir a Cristo Nuestro Señor.  Nos justificamos al vivir cristianamente, cuando sabemos obtener el don gratuito de la  Gracia que Jesucristo nos otorga al cumplir con todos sus mandamientos, los de la ley antigua y los de la Iglesia, que los incluye, la que nos dejó  JESUS  instituida precisamente para ello.
El Concilio de Trento nos enseña: “”Por su sacratísima pasión en el madero de la Cruz nos mereció la Justificación”” (Catecismo de la Iglesia Católica Num. 617.  Y la Resurrección de Cristo viene a confirmar todas sus enseñanzas y sus actos con ello nos da la prueba definitiva de su divinidad y de la autoridad suprema y absoluta que le ha sido otorgada a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad,  por Dios Padre, por lo que es así como tenemos la base del Virtud de la Esperanza, para dar crédito a todas sus promesas. Su vida, enseñanzas, muerte y Resurrección Gloriosa es además cumplimiento de la promesa de redención que Dios da a Adán y Eva al expulsarlos del Paraíso Terrenal.
EL Magisterio de la Iglesia nos enseña que hay un doble aspecto en el misterio pascual, al ver en la muerte de Jesucristo la redención de los pecados, unida al Sacramento del Perdón, y por su Gloriosa Resurrección la apertura de las puertas del cielo, o sea nuestra posibilidad de salvación, si de acuerdo a su doctrina y con la ayuda de la Iglesia y el Espíritu Santo, ganamos la Gracia que nos salva. En Efesios 2, 4-5 nos dice San Pablo: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aunque estábamos muertos por nuestros pecados, nos dio vida en Cristo por Gracia habéis sido salvados” y el propio Magisterio ve en la Resurrección de Jesucristo el  principio y la fuente de nuestra propia resurrección futura, gloriosa,  para los salvos. Se puede resumir que si por Adán morimos, por Cristo renacemos y podemos vivir con Él y en Él, saboreando en esta, los frutos de la vida eterna, no viviendo ya para nosotros mismos, sino viviendo  para aquel que murió y resucitó por nosotros.
Vivir esa vida nueva en Cristo es para los que hemos sido  bautizados  y creemos en Cristo, la realización de una Fe Operativa, pues el propio Salvador vinculó el perdón de los pecados al Bautismo y a la Fe, el Bautismo es el principal Sacramento del perdón porque nos une a Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación, para que vivamos esa vida nueva en la que se nos ofrece la Gracia Santificante, dado que la Santísima Trinidad nos la otorga, Gracia Santificante, Gracia de la Justificación, al hacernos  capaces de creer en Dios, de amarle y de  esperar de Él la salvación (  las tres virtudes teologales ) vemos por tanto, en el Bautismo,  toda la raíz y organización de la vida sobrenatural del cristiano a partir de este gran Sacramento de iniciación cristiana, que bajo la moción del Espíritu Santo, sus Dones, (sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, y temor de Dios. ) nos permiten crecer en las virtudes morales. De allí que debemos de tener la actitud de apertura a las mociones del Espíritu Santo, y es deber primario de todo catequista el enseñar a tener la mente y el corazón abiertos hacia dichas mociones. El cerrarse a los  mensajes que recibimos endurece nuestra alma y nos aleja cada vez mas de Dios, mientras la apertura nos acerca,  nos permite conocer más a Dios, enriquece nuestra oración, abre y permite la comunicación con nuestro creador y nos enseña a escucharle. Siempre tiene cosas que decirnos, ante cualquier circunstancia de la vida, alegría, problema, decisión difícil, actitud a tomar, relación con otros seres humanos, familiares o no, enfermedades propias o de nuestros prójimos, en felicidad o preocupación, ante cualquier deber a cumplir, en nuestro trabajo y quehaceres, siempre debemos estar atentos a la voluntad divina que en nuestra conciencia se nos da. ( los empujoncitos de los que nos habla Benedicto XVI).
La situación opuesta viene a ser aquella en la que no hacemos el acto de introspección, en la que no examinamos nuestra conciencia para actuar sino que nos dejamos llevar por las pasiones, lo que llevado a un grado grave acaba por borrar la diferencia que existe entre la voluntad y la pasión, volviéndose estas como una misma cosa, cuando las pasiones deben de estar sometidas a nuestra voluntad y ésta a la de Dios.  Es el caso de los incrédulos, los indiferentes, que  resultan pésimos pensadores, por supuesto que es imposible la justificación en esa circunstancia, bástenos este breve examen para designar al indiferente como errado, pues la inmensa mayoría de la humanidad se ocupa de una u otra manera de alguna religión, los legisladores la tienen en cuenta (aunque temiéndola en ocasiones), para legislar, los sabios la llevan a sus más profundas meditaciones,  los códigos y otros escritos de ética, se basan en sus aspectos morales,  las vemos representadas en monumentos, (el Corcovado) en la arquitectura, el arte más sublime, (música, escultura, literatura, pintura), las bibliotecas están atestadas de libros sobre ellas, en la vida diaria de hoy sea en la prensa en la Internet, en la primera menos pero en la segunda en forma creciente, el cuestionamiento es: ¿podemos ser indiferentes ante esto? o adoptar la postura de no interesarme porque es cosa de mentecatos, del pasado, del género femenino, etc. Lo que es penoso es que olviden que pronto seremos todos cenizas, que estamos en esta vida de peregrinos hacia otra que no es cortita, como esta,  sino eterna. Esta vida de la que actualmente gozamos nos ha sido dada sin participación de nuestra parte, pero la otra a la que trascenderemos y pronto, SI LA PODEMOS ESCOGER, y para nuestro bien o para nuestro mal  eternos,  el que sea. Pero Dios en su Divina Misericordia, no solo nos ha dejado la institución, (Iglesia), los instrumentos  (Doctrina, Sacramentos, Magisterio) y  la ayuda del Espíritu Santo, sino también a su propia madre como madre nuestra, para ayudarnos a cumplir su suave ley, y así justificarnos hasta la salvación.

Jorge Casas.

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