NO ESTÁS NUNCA SOLO LA SOLEDAD. -NO ESTÁS NUNCA SOLO-.
En el buen cristiano la soledad
no existe, esto es lo que pretendo mostrar, el tema no tiene complicaciones, lo
que si tiene es fe, piedad, amor, y por supuesto la gran compañía que son:
Nuestro Señor Jesucristo y nuestra Madre del Cielo, la Virgen santísima.
Podemos empezar con lo que el propio Jesucristo nos enseña, está en Juan 16, 32
…”.Mirad, llega la hora, y ha llegado ya, cuando cada uno será dispersado por
un lado, dejándome solo. Cierto, yo no estoy solo, pues el PADRE está conmigo”.
Hay dos maneras de estar solo, porque
esto de hecho existe, una es física, la del aislamiento de espacio, podemos ver
el ejemplo del pescador solitario, retornando a puerto en la noche guiado por
la señal del faro del puerto, o el estudiante que ha dejado su hogar y se ha
recluido en sus especulaciones, viviendo solitario en un cuartucho, o el
ingeniero químico aislado en su investigación que difícilmente se aparta de su
laboratorio. Están solos en tanto no son vistos por otros, no son tocados, ni
escuchados, están solitarios, pero no hay en ellos una verdadera soledad,
porque saben que pronto llegará el momento en que verán a sus compañeros,
familiares u otros que serán compañía y romperán su soledad.
Y hay otra soledad, que es la del alma, puede darse en
una persona entre la multitud, el saludo es frio, helado, la mirada muda, la
palabra reverbera, se recibe y la refleja, no le dice nada, esta es soledad que
se otorga a sí mismo, quien de momento no requiere o no puede gozar de compañía.
Otra viene a ser la que dentro de la multitud hay soledad porque no hay
relación humana con nadie, es rara pero en ciertas circunstancias, seres
humanos marginados, enfermos, sin razón sana, hambrientos, sucios y harapientos
en grandes urbes, se puede dar,
temporalmente al menos.
Continuando con el ejemplo de
Jesús, recordemos a la hemorroisa Lucas 8, 43-47, Jesucristo siente su
compañía, obra el milagro, no están solos, ni ÉL ni ella, en medio de la
multitud, obra la fe de ella, y por tan solo tocar la orla de su túnica, Él
siente su compañía. Son almas que de alguna manera se comunican. Por lo que no
hay soledad. También viene al caso la escena de Natanael.
Pero en Él lo que destaca es su comunión con
Dios Padre, lo tiene siempre presente, su mutua compañía es la que no da el más
mínimo espacio a la soledad, y ésta comunión es posible que se intensifique en
las agonías que Cristo sufrió, ofreciendo sus sufrimientos físicos y
psicológicos por nuestra redención.
El observador superficial, puede
no darse cuenta de la compañía que representa la cercanía con Dios en la vida
contemplativa, cuando la persona humana se santifica en su trabajo, en su vida
de familia, y en sus actividades en general, pues no las lleva a cabo en
soledad sino en la mejor de las compañías, las que dan alegría al alma.
No cabe duda que somos felices
con aquellas personas con las que usualmente nos acompañamos físicamente,
cónyuge, hijos, padres, hermanos, amigos, relaciones en nuestro trabajo, vida
social, deportiva, casual, etc. son muchas veces algo más que la compañía
física, simpática, agradable, en muchas se da el ingrediente espiritual, o un
cariño especial, en las relaciones de noviazgo por ejemplo, o con nuestro
director espiritual, consejero matrimonial, confesor, cónyuge, hijos, alumnos u
otras relaciones aparte de las mencionadas, su compañía es de lo que más valuamos
en nuestra existencia, solo la supera compañía de nuestro Señor y la santísima
Virgen y para muchos su ángel guardián, si aprendemos y practicamos esto, jamás
sufriremos de soledad.
A lo largo de nuestra existencia
se pueden dar períodos de soledad física, por ejemplo: encarcelamiento, pobreza
extrema, en la viudez de los ancianos,
en especial después de un unido y extenso matrimonio, y son en estas
circunstancias donde la compañía espiritual es más necesaria y apreciada. Quien
ama a Dios y a nuestra Madre celestial, nunca estará solo.
Siguiendo el pensamiento de Santa
Teresita, doctora de la Iglesia en la ciencia del amor, me atrevo a comentar
que cuando dos seres que se quieren, se aprecian o se aman, y se encentran
después de haber estado separados, ese encuentro es alegría, mayor o menor
acorde a las diversas circunstancias, esa alegría es mayor para aquel cuyo amor es también mayor, y el amor eterno, que Dios
nos tiene es mayor que el que nosotros le tenemos a Él, por lo tanto su
compañía para nosotros y la nuestra para Él, le proporciona mayor alegría a Él
que a nosotros. No se puede pedir más. Busquemos y dejémonos acompañar de la
Trinidad Santísima, ¡solos! nunca.
JORGE CASAS Y SÁNCHEZ .
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