EL MAS ALLÁ.
Nos dice el Papa Francisco, “¿qué
sentido tiene algo que conduce a la nada?”
“La vida de los cristianos es rica y tiene sentido, porque nos conduce a
la Vida Eterna”. El Materialismo y muchos seguidores del Relativismo, están
convencidos del gran error que consiste en pensar que al terminar la vida
terrenal del hombre todo termina y que no hay nada MAS ALLÁ. Es porque piensan que el hombre es solo
materia y que carecemos de un alma espiritual, gran error, la verdadera VIDA de
los hombres comienza después de esta, y es para la eternidad. Nuestra vida en la tierra es breve, al ser comparada
con tiempos de otras criaturas, como las del universo que tienen millones de
millones de años de existencia, y cortísima, podríamos decir, si la comparamos
con la eternidad.
En todas las culturas desde la
pre-historia observamos que se rinden diversos cultos a las personas que han
muerto, esto es indicativo indiscutible de que se creé que existe algo, más
allá. Es parte de la naturaleza del hombre, desde el mas primitivo, al mas civilizado de la actualidad. Dios no nos ha creado tan solo para esta
vida, sino para la que comienza con nuestra muerte, la definitiva, y que es el
premio mas grande que cualquier imaginación humana pudiese concebir, y ha hecho
cosas maravillosas para que seamos herederos de este, o lo despreciemos
tontamente. Bástenos recordar que nos mandó a la Segunda Persona de la Trinidad
Santísima, el Hijo a redimirnos con su pasión y muerte, después de haber
formado a sus Apóstoles y discípulos con los que fundó su Iglesia (Cuerpo
Místico del propio Jesucristo) para que dieran continuidad a su Doctrina, y al
Espíritu Santo para que nos santificara y cuidara de su Iglesia; que fuera
guardiana excelsa de la Divina Revelación y La Tradición, para que ejerciera su
gobierno, administración de los Sacramentos, doctrina, catequesis y sabiduría,
hasta el final de los tiempos.
La fe cristiana nos enseña, que
inmediatamente después de nuestra muerte, nuestra alma es juzgada por Dios, en
ese momento trascendental, contempla todas sus propias acciones y omisiones,
con una claridad absoluta. La sentencia divina es inmediata. Cada uno recibe
como situación definitiva de su existencia, lo que libremente ha merecido, ha
querido y quiere: el estar con Dios, o
apartado de Él.
Es este juicio el que motiva a
los cristianos a obrar el bien, a construir un mundo mejor, más justo, son motivos positivos que frente a los que
tienen los no creyentes resultan del todo superiores, pues aquellos que creen
que todo termina con la muerte, tienen menos motivos para obrar el bien y
reparan mucho menos ante el mal. Estas creencias equivocadas han llevado a
otras, desviadas totalmente de la
realidad, como la reencarnación, producto de la fantasía. Dios quiere que todos
los hombres se salven (1Timoteo 2,4 de San Pablo), esto nos muestra la bondad
de Dios, que nos ofrece también, la reparación de los actos malos que hayamos
realizado, mediante el Sacramento del Perdón (Confesión), que nos permite
rectificar y arrepentirnos. Sin embargo como Dios nos ha creado libres, nadie
se salva si no lo quiere, y en la
condenación el peor castigo que se tiene es la ausencia de Dios, de su
presencia divina, que su vez es la mayor
felicidad de los que se salvan, la Visión Beatífica.
La vida de los hombres sobre la
tierra es siempre de búsqueda de la felicidad, vivimos persiguiendo cosas que
nos la proporcionan, pero esto es efímero y una vez conseguido algo, hay
siempre algo más que conseguir, y en esta vida la satisfacción nunca es
completa: El hombre nunca apaga su sed de felicidad en esta tierra: “no se
sacia el ojo de ver ni el oído de oír” (nos dice el Antiguo Testamento en
Eclesiastés, 1,8.) y recordemos a San
Agustín: “Nos hiciste Señor para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que
no descanse en Ti”. Al margen de Dios nunca se puede lograr la verdadera
felicidad incluso en esta vida. Prueba es que los Santos son las personas más
felices de esta tierra, aún en medio de sacrificios y mortificaciones, y de San
Pablo podemos recordar lo que nos dejó en (1 Corintios 2, 9) “Ni ojo vio, ni
oído oyó ni pasó por corazón de hombre lo que Dios tiene preparado para los que
le aman.
EL PURGATORIO. Aquellos que mueren
en gracia de Dios, pero que tienen penas pendientes de las culpas perdonadas,
tienen que lavarlas, es requerido que al Cielo se vaya con el alma limpia de
culpas y penas. Se trata de castigo temporal, y podemos, los que pertenecemos a
la Iglesia Militante, rogar por ellos que son la Iglesia Purgante, para que su
estancia allí se acorte y pasen a la Iglesia Triunfante, la de los salvos.
Roguemos a Cristo a través de
Nuestra Madre del Cielo, la Virgen María Santísima, que lleve, como
intercesora nuestra, a su hijo nuestros
sufragios por las almas del purgatorio, recordando que las mejores ocasiones
para ello son: la Santa Misa y el Santo Rosario.
Preparó: Jordi Casas.
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