sexta parte. UNA PEQUEÑA
INTRODUCCIÓN A LA TEOLOGÍA.
La idea, la intuición,
el convencimiento de la existencia de Dios está envuelta en sombras y
misterios, que la divina Revelación de Jesucristo, al develar lo cubierto nos
descubre el gran misterio que la mente humana nunca hubiese podido vislumbrar,
la SANTÍSIMA TRINIDAD.
El pueblo escogido tenía el nombre que Dios le había dado a Moisés, YO SOY EL QUE SOY, y en labios de
Jesucristo le ha llamado PADRE y lo hace ante sus discípulos en una forma muy
particular que señala la diferencia entre la
legitimidad y la adopción al decirles “mi Padre y vuestro Padre”
habiendo ya ha dejado claro que Él y el Padre son una misma cosa. Esto lo
comprobamos en lo que su divina pedagogía ha enseñado a los apóstoles, cuando
san Pedro le contesta a la pregunta de ¿quién dicen ellos que es Él?, contesta diciendo
que es el “Mesías, el HIJO de Dios vivo” Mt. 16,16.
La enseñanza de la Trinidad es paulatina, más adelante hablará del ESPÍRITU
SANTO a quien enviará como santificador, los propios apóstoles hacen menciones
sobre el Espíritu santificador y san Pablo en II Corintos 13,13 dice: “ La gracia del Señor Jesucristo
y la caridad de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo sea con vosotros.
La Iglesia Católica en su liturgia, oraciones y Sacramentos y alabanzas ha
vivido y vive la fe en la Trinidad. Y confirma la existencia de un solo Dios,
reconociéndole “atribuciones” llamándoles Personas. A Dios Padre, primera
Persona, se le atribuye la Creación, a
Jesucristo Segunda Persona la Redención, y al Espíritu Santo, tercera Persona,
la Santificación.
La compenetración
entre las tres Personas divinas es absoluta y se explican sus Procesiones
divinas, que son dos, el Hijo procede del Padre por generación o semejanza y el
Espíritu Santo como principio de amor
mutuo, se la llama “espiración” a esta procedencia. Las tres Personas Divinas
son absolutamente iguales en su naturaleza divina, independientemente de las
atribuciones que les corresponden. A continuación del Concilio de Florencia
(1438-1445) nos dice a la letra el: Decretum Pro Jacobitis, lo siguiente.
“La sacrosanta
Iglesia Romana, fundada en la palabra de nuestro Señor y Salvador, firmemente
cree, profesa y predica un solo Dios verdadero omnipotente, inconmutable y
eterno, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, uno en esencia, trino en personas:
al Padre ingénito, al Hijo engendrado del Padre, al Espíritu Santo que procede
del Padre y del Hijo. Que el Padre no es el Hijo o el Espíritu Santo; que el
Hijo no es el Padre o el Espíritu Santo. Que el Espíritu Santo no es el Padre o
el Hijo: sino que el Padre es solamente Padre, el Hijo solamente Hijo y el
Espíritu Santo es solamente Espíritu Santo.
“Solamente el
Padre engendró al Hijo de su substancia, solo el Hijo fue engendrado solamente
del Padre, solo el Espíritu Santo procede juntamente del Padre y del Hijo.
Estas tres
Personas son un solo Dios y no tres dioses: porque las tres tienen una misma
sustancia, una esencia una naturaleza, una divinidad, una inmensidad, una
eternidad y todo es uno donde no existe una relación de oposición.
En el Antiguo
Testamento hay barruntos de la Trinidad de Dios, pero con mucha obscuridad,
solo en el Nuevo queda claramente revelada. San Juan llama a la segunda persona
EL VERBO, es decir, LA PALABRA, no hace falta explicar que se refiera a la
palabra espiritual, “En el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios. Él
estaba al principio en Dios” (Io 1,1).
El calado insondable de estas palabras ha sido comentado por los mas grandes
santos, en el caso de san Agustín de Hipona insistentemente predica que su
explicación supera toda capacidad, nos añade que Juan evangelista es un hombre
el que habla de Dios. Dios le inspira, es verdad, pero no dejaba de ser hombre.
Los términos que usa, EL VERBO Y LA PALABRA no pueden ser sino “palabra
espiritual” ya que antes de decirla con
la boca, nos formamos en la mente la palabra espiritual, lo que es humano. Pero
en Dios su palabra es en toda su esencia de una perfección absoluta, pues en
Dios no hay nada que no sea Dios y los teólogos ven la analogía en el amor
entre Dios y su Verbo y ese amor se expresa en una nueva Persona Divina. De
allí que el Credo dice: el Espíritu Santo procede igualmente del Padre y el
Hijo.
Jorge Casas y Sanchez