ENTRADA 150, tercera parte, UNA PEQUEÑA INTRODUCCIÓN A LA TEOLOGÍA.
Si consideramos lo que es la comunicación humana, podemos contemplar
diferentes aspectos, el primero es la palabra hablada que los primeros
pobladores de este mundo, solo nuestra imaginación nos puede dar indicios de lo
que se comunicarían en esos remotísimos tiempos, después podremos contemplar
los jeroglíficos, las pinturas rupestres, y otras formas de dejar para los
descendientes, mensajes de alguna naturaleza. Enseñanza de hazañas, gestas,
cacerías, costumbres, etc. Y la historia humana nos llevará al enorme invento
del alfabeto que decanta en la escritura, y a su vez a otro de los mas
progresistas inventos humanos que es la imprenta. A partir de esta el saber
leer se irá convirtiendo en una necesidad personal. Los libros nos comunican
cosas extraordinarias, la sabiduría se empieza a diseminar, las especialidades
van naciendo, así hay libros de historia, de herbolaria, de medicina y muchas
otras ciencias que aportan a la comunicación humana conocimientos múltiples,
diseminados globalmente, estos una vez impresos en libros contribuyen
enormemente al desarrollo humano. Son fuentes de conocimiento que se conservan,
se transmiten generacionalmente y que van enriqueciéndose en su sapiencia con
las nuevas aportaciones de los especialistas de cada ramo. Hay épocas como la
llamada de oro española, que producen autores cuyas obras son inmortales, en
teatro, novela, dramas, etc.
Pero por muy perfecta que sea la palabra escrita no será nunca tan enriquecedora
como la hablada, y toda palabra escrita, por específica que sea necesitará ser
explicada con lenguaje vivo, esto aplica en la espiritualidad de manera importantísima.
Jesucristo, que dicho sea de paso no nos dejó ni una sola palabra escrita, pero
de alguna manera misteriosa si preparó, a sus discípulos para que usaran la
palabra escrita, pero no como forma exclusiva de lo que tenían que comunicar a
las gentes de entonces y posteriores, de allí que contamos con LA TRADICIÓN,
que es palabra viva, transmitida por ellos mismos y sus seguidores, por lo tanto
no toda está escrita, ni lo estará. Jesucristo dio a sus apóstoles responsabilidades
y distinciones únicas entre sus discípulos, lo que les confería una autoridad
especial.
La autoridad que sus once seguidores (y después San Pablo) tuvieron les confirió un “estatus”
que vino a ser el de: los Apóstoles, caía por tanto la responsabilidad
de maestros, vemos en ellos al primer
MAGISTERIO DE LA IGLESIA y son ellos los que nombran a los obispos, sus sucesores. Es de una importancia suprema que
se perpetúe la misión apostólica, no puede ser suprimida la administración de
los Sacramentos. Hoy ese Magisterio está constituido por todos los obispos, nombrados
por los Papas, quien los encabeza, y les otorga autoridad suprema en sus
respectivas diócesis, ( existe la forma de Obispo Primado para ciertas áreas, y
tienen una supremacía en materia honorífica, y de ciertos derechos de jurisdicción). Pasando en
la actualidad de 5,000 y se organizan en Concilios, Sínodos, Congresos Eucarísticos
de varias formas, Conferencias Episcopales, y otras más. La principal misión del
Magisterio es la preservación del Depósito de la fe. Pen México, para entender
esto mejor se requiere decir que por MAGISTERIO DE LA IGLESIA, debemos entender
que se trata del cuerpo de obispos que están en comunión con el Papa, siendo su
función la de dar la clara, y auténtica interpretación de la Palabra de Dios
oral o escrita. La Palabra de Dios es espiritual pero se autoriza su
interpretación de manera prominente, por medio del lenguaje humano, recayendo la
responsabilidad en el Magisterio mencionado.
Es de muchísima importancia en nuestra religión la parte de la Revelación
que con certeza y autoridad divinas nos deja Jesucristo a través de su
Magisterio al dar poder a sus discípulos con el mandato apostólico que todos
los bautizados heredamos cuando les anuncia solemnemente: “Id, pues, y enseñad
a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre del Hijo y del
Espíritu Santo, enseñándoles cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros
hasta la consumación de los siglos”. Mt. 28, 18-20. Estamos frente al Depósito
de la Fe, inalterable en su divina pureza. (estamos a punto de que comience el
Sínodo de la Sinodalidad y esto es absolutamente básico).
Como el mandato evangélico de cristianizar a todo el mundo recae también en
cada uno de nosotros los laicos, no es exclusiva de los obispos, presbíteros, diáconos,
catequistas, etc. Sino que todos los católicos estamos de diversas maneras
involucrados en ello. Es responsabilidad de la Iglesia y la Iglesia somos todos,
esta ha sido instituida para que permanezca hasta el final de los tiempos, o
sea la Parusía o segunda y definitiva venida de Jesucristo a este mundo, por lo
tanto para ser el pueblo de Dios debidamente catequizado, formado, instruido
sin equivocación alguna, el Magisterio de la Iglesia, cuida, conserva,
interpreta debido a los signos de los tiempos la Doctrina de Jesucristo, los
Dogmas, la Liturgia, los Sacramentos y su administración en forma continuada
perenne.
Es Dogma de nuestra Iglesia Universal la Infalibilidad de lo que el Papa
expresa EX CATHEDRA, y cuando este aprueba algo que el Magisterio le presenta y
lo define el Santo Padre como Dogma divinamente revelado, nos obliga a todos
los bautizados. (Lumen Gentium n. 18, cf. 25). Nos debe quedar claro que los Papas
hablan en múltiples ocasiones de doctrina, pero Ex Cathedra, lo hacen en muy
señaladas ocasiones. Es parte importante de su tarea de pastor universal el
guiar a la Iglesia, y lo hace con una constancia muy frecuente, recordándonos,
aclarando puntos, comentando lo necesario, pero como ya se ha dicho
insistentemente la Absoluta Infalibilidad solo se da en muy contadas ocasiones,
siendo garantía de que procede de la Divina Revelación y la Sagrada Tradición que
es también cauce de la Divina Palabra escrita y la explica. Ambas están absolutamente
unidas y compenetradas.
Acudamos a María Santísima, nuestra Madre del Cielo para que nos de luces
que nos permitan entender, obedecer amar y respetar la Divina Revelación en sus
dos cauces la Palabra escrita y la Palabra traída.
JCS.