LA
EDUCACIÓN DE LA INTIMIDAD.
Cada persona va siempre descubriéndose
a sí misma, conforme discurre su existencia, de manera tal que este proceso no termina nunca, la razón es
que así como toda cosa material tiende a envejecer, el espíritu humano, en
tanto tal, va asumiendo en forma constante su propia y cambiante realidad, no
envejece mientras haya capacidad mental, en caso el de darse ésta, el proceso
se detiene e incluso cae en el olvido
por falta de memoria, por ejemplo en algunos casos de ancianidad avanzada.
Pensando en la educación de la
intimidad de nuestros hijos y desde su muy temprana edad, debemos de ocuparnos
de educarlos en su propia, irrepetible y personal intimidad y dado que el
ejemplo es el factor más importante en la educación de los hijos, al asumir nuestra propia realidad hacemos uso
de la capacidad de iniciativa, buscamos y nos abrimos a lo que consideramos
valioso, evolucionamos, nos acercamos más a los aspectos de nuestra religiosidad,
y valoramos más, si es posible, nuestras responsabilidades y autonomía.
Por supuesto que todo ello no
puede dejar de presentar dificultades propias de la corta edad escolar, esto a
lo que llamamos INTIMIDAD. De allí que sea tan importante conservar la
comunicación con los hijos incluso en la difícil edad de la pubertad. Resaltan
por tanto dos aspectos uno divino y otro humano, el divino consiste en las
mociones que todo ser humano recibe del Espíritu Santo, a las cuales puede
asumir en su gran importancia, o en su libre albedrío rechazar, el aspecto
humano consiste en hacer ver a nuestros hijos la enorme importancia de aceptar estas
mociones divinas y asumirlas en nuestra intimidad. Paralelamente a esto que
sigue siendo aspecto divino, debemos de buscar intimar humanamente con nuestros
hijos, lo que se traduce en confianza en el trato, en intimidad paterno y
materno-filial.
Con los años, y la madurez propia
del ser humano, pero en plena juventud y la ampliación de los ámbitos del
adulto, las cosas van encontrando situaciones más complicadas y difíciles de
asimilar en la intimidad personal, por lo que recurrimos a analizar las
soluciones que otras personas ya han
experimentado, lo que nos puede orientar, y recurrimos a nuestras propias fuerzas al tiempo que tratamos de dar
solución a nuestras debilidades.
Buscamos lo que con gran sapiencia se nos señala como la búsqueda del sentido de
nuestras vidas, lo que nos lleva a encontrar, dado el tiempo necesario
y “si tenemos suficiente buen criterio”, lo que podríamos llamar la misión de
nuestra vida.
Logrado lo anterior el hombre
tiende a buscar sus trascendencias, una la de esta vida y la otra la que
corresponde a LA OTRA VIDA. En esta etapa de la existencia lo ideal es tener
trazados los muchos y muy variados
“objetivos intermedios” cuyas variables no solo son muchísimas, sino que
nos son desconocidas, con nuestra libertad las iremos sorteando y acumularemos
múltiples conocimientos, propios y de otros, a lo que llamamos experiencia.
Esta es necesaria para el ejercicio libre de nuestras acciones a forma de ir
obteniendo aquello que en lo material nos es preciso y conveniente, y en el
caso de la formación civil, lo que nos constituye como ciudadanos.
Lo más probable es que lo que nos
ha ido sucediendo a lo largo de la existencia logre que nos encontremos en dos
ámbitos íntimos diferentes, el familiar y el profesional, cada uno con sus
aspectos diferentes. Aquí el que nos interesa es el de nuestra familia, ya que
en tanto padres nos veremos ante implicaciones que conllevan consecuencias y
que tendremos que ayudar a resolver a cada miembro, sin hacer uso de
arbitrariedad, autoritarismo o simple poder. Nuestro sino es el ser tan justos
como podamos, que nuestra autoridad sea firme pero moral, y el empleo del poder
sea para el bien de cada individuo y el bienestar familiar, así como la
adecuada formación integral que asume la de su intimidad.
Toda buena pedagogía ha enseñado
siempre que la mejor manera de educar es con el ejemplo, El más grande pedagogo
de la humanidad es y será por siempre Jesucristo, y su ejemplo de vida es una
de su más grande enseñanza. Él tuvo gran intimidad con sus apóstoles, son
muchas las narraciones evangélicas que nos lo muestran. “Del mismo modo”, dentro del entorno familiar
el ejemplo de los padres es lo más básico, pues los ojos y el corazón de sus
hijos siempre estarán puestos en ellos. Si los padres no cuentan con la autoridad
moral necesaria, ¿Cómo podrán enseñar a su hijos a tener buen criterio y objetivos valiosos? Al
pretender educar la intimidad y
libertad, el conjunto de los valores tradicionales, ellos deben de corroborar
que nosotros sus padres los vivimos en uso de nuestra propia libertad.
Si no lográramos la debida
intimidad conyugal en el hogar, difícilmente seremos buenos ejemplos, pues esta
es pauta de otras relaciones necesarias en la vida familiar, la conjugación se
perfecciona si lo que damos como ejemplo a nuestros hijos es un modelo de
respeto en la libertad individual, un
compromiso de calidad en las relaciones
que son garantía de enseñanza ejemplar, al ser sana, sin perder el sentido del humor, y la
alegría de la convivencia.
Pidamos a María santísima que nos
auxilie en: que el amor nunca falte entre todos los miembros de la familia, el
saber escuchar a los otros, el expresar las cuestiones delicadas con calma
paciencia y claridad, el sugerir lo conveniente, el corregir, para que reine la
intimidad familiar en nuestro hogar, que respetemos esos espacios de intimidad
que toda persona se reserva para sí, tal como nosotros deseamos que se respeten
los nuestros.
Jorge Casas y Sánchez.
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