AMOR DE
PADRES A HIJOS Y DE HIJOS A PADRES.
Estaremos todos convencidos de
que el amor es el principal ingrediente de la vida humana. En primerísimo lugar
el amor a Dios, a quien debemos de amar con todas nuestras fuerzas, con toda
nuestra alma, con todo nuestro corazón, con toda nuestra voluntad, lo que
implica una actitud de solidaridad, de compromiso, de entrega a sus
mandamientos, de agradecimiento en especial por dos aspectos, uno el que Él nos ama a todos y a cada uno desde
la eternidad, y dos, el que nos otorga la capacidad de amar. Don maravilloso
que enriquece nuestro espíritu humano. Dicho lo anterior meditemos sobre lo
siguiente: esta capacidad se manifiesta de múltiples formas, unas positivas y
otras que deformadas por diferentes motivos son negativas. Entre las positivas
destaca por sobre otras el Mandamiento Nuevo, que Jesucristo nos lega: “Amaos
los unos a los otros; como yo os he amado….”. (Juan 13,34) y que llevamos a la
práctica especialmente en la familia lo que nos sublima espiritualmente en
forma notable, y entre los amores perjudiciales, que nos baste con mencionar:
el amor al dinero, a la fama, y cosas parecidas que son materialismo puro.
Dios Trino y Uno, creador
nuestro, nos muestra cual es su voluntad y además lo incluye en nuestra
conciencia universal, al crear a la primera pareja humana, un hombre y una
mujer a quienes indica que pueblen la tierra. Todas las parejas humanas, tanto
de hombres buenos como los que socialmente no lo son, aman a sus hijos y a sus
padres, ese amor intrafamiliar no distingue las diferencias de las actitudes
frente a la sociedad de los seres humanos. Se dirá que lo mismo sucede con los
animales, lo que no es cierto, pues los animales obran por el instinto que el
Creador les incluye, pero no es amor, insisto es instinto, que a su debido
tiempo convierte a los animales dentro de las propias camadas en enemigos
cuando del sustento se trata. Vemos por tanto esta diferencia básica. La que
nos señala el concepto original de la familia, pequeña unión de amor, que aunque repetido infinidad de veces, aquí
lo hago de nuevo, al recordar que los
hombres somos gregarios, y por tanto
hemos llegado a conformar después de las comunidades, pues en las familias las
carencias tienden a unir, En las grandes conglomeraciones sociales y estas se
sustentan en las familias, de ahí que son células de la sociedad, tan
importantes que, cuando en una sociedad las familias van bien, dicha sociedad
va bien también, esta célula social se sustenta en su núcleo, que es el matrimonio,
unión de amor, y la generación propia de esta unión es la materno-paternal,
nuevamente fuente de amor, en esta ocasión de los hijos a los padres y de estos
a sus frutos humanos. Como vemos nuestras vidas se sustentan en el amor, de
allí su enorme importancia.
La milenaria sabiduría de la
Iglesia que proviene de la Revelación Divina, nos da a los católicos esa
reverencia, ese respeto santo al matrimonio y a la familia. Procedencia y razón
por la que Jesucristo elevó esta institución natural del matrimonio a
Sacramento, sublime acto de amor divino hacia el ser humano, que incluye el
vínculo indisoluble, aparte de sus otros fines y frutos, factor socialmente
perfecto. Ninguna otra forma de matrimonio puede, ni remotamente compararse a
la riqueza del matrimonio católico, institución tan mal entendida, tan poco
conocida y apreciada, por los no católicos. Y dentro de nosotros,
lastimosamente también en ocasiones, traicionada con infidelidades, desamores,
irresponsabilidades, y demás.
En el amor a nuestros hijos están
implícitos todos aquellos actos que llevamos a cabo para educarlos, para
perfeccionarlos en todos los aspectos de su personalidad individual, debiendo
ser, el que destaca por su enorme importancia, el introducirlos en la fe
cristiana y darles ese ejemplo que tanto educa, siendo a nuestra vez buenos
cristianos. Ningún beneficio educador es superior al buen ejemplo, en especial
cuando nuestros vástagos no han llegado a los 18 años de edad, por supuesto que
después también, pues sabido es que la educación que proporcionan los padres no
termina nunca, sino hasta muerto el hijo, pues aunque muertos los progenitores,
su ejemplo, sus consejos, sus vidas siguen siendo pauta que en forma retrograda
nos condiciona, nos recuerda sus enseñanzas, en pocas palabras conforme
maduramos tomamos en amorosa consideración los recuerdos venerables que de
ellos heredamos. En pocas palabras es nuestra responsabilidad hacerlos
depositarios de lo que nosotros sabemos y practicamos de nuestra religión en
todas sus facetas, la sacramental, el camino terrenal de santidad, la moral, el Bien Último Sobrenatural, que
incluye el amor a Dios y a los demás. Otros amores terrenales, al terruño, a la
patria, al Bien Común, a la sociedad, a nuestra alma mater, a la naturaleza, a
nuestro entorno, a las buenas lecturas, al estudio, etc. deberán ser incluidos
en una educación integral.
Me parece apropiado que para
terminar este artículo, reflexionemos un poco en el Mandamiento Nuevo de
Jesucristo, se trata de caridad sobrenatural ya que, en el amor a Dios está
implícito el amor a sus criaturas y es el hombre el mas importante de su
creación, pero ¿a que nos lleva esto? por supuesto que no a un amor simplemente
pasivo, sino a uno operativo, y lo tenemos que ejercer, cumpliendo con nuestra
acción evangelizadora, invitando a medios de formación, a los círculos de estudio, a frecuentar los
Sacramentos. En Estos ministerios es un gran maestro el Opus Dei, al acercarnos
a este obtendremos invaluable ayuda, y
conocimientos, que nos enseñan el camino de la santidad. El llamado de
Jesucristo lo interpretan acertadamente los teólogos como algo que se tiene que
ejercer entre las naciones, razas, etnias, enemigos, personas de otras
confesiones religiosas. Esto nos habla de un apostolado fraternal sin
distinción de personas. Y lo es, en otro plano, también al desarme y a la paz
entre las naciones, es el ilimitado amor de Dios por sus criaturas predilectas.
Nada hay mas admirable que una familia cristiana que vive en armonía, y que
cumple con sus obligaciones cristianas, por convencimiento razonado y
sustentada en el amor. Meditemos en tanto hijos en el venerable y agradecido
amor que a nuestros padres debemos, y en tanto padres en el responsable y delicado amor que a nuestros
hijos debemos.
JCS.
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