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Virtud de la Esperanza.
Al hacer nuestra oración, que como sabemos consiste
en hablar con Dios, una de las
cuestiones de las que debeos de tratar con Él al meditar, es sobre nuestra
salvación, lo que tiene mucho que ver con esta Virtud Teologal. Estoy tomando
de la Enciclopedia Católica el párrafo a continuación, cuando abramos nuestra
alma a la Trinidad Santísima,
agradezcamos el haberla recibido, desde nuestro bautismo, y actualicémosla
con toda la constancia que nos sea posible, para que podamos decir con Santa
Teresa: “muero porque no muero”, que es el deseo de ver cara a cara a
Jesucristo, en la seguridad de que nos ha salvado, porque hemos puesto de
nuestra parte lo que nos ha pedido.
“
La esperanza, en su significado más amplio, puede ser descrita como el deseo de
algo aunado a la expectativa de obtenerlo. La Escolástica dice que es un
movimiento del apetito hacia un bien futuro que, aunque difícilmente, puede ser
alcanzado. En el presente artículo consideraremos este estado del alma
solamente en cuanto constituye un factor del orden sobrenatural. Y desde esta
perspectiva la esperanza puede definirse como una virtud divina gracias a la
cual esperamos, con ayuda de Dios, llegar a la felicidad eterna y tener a
nuestro alcance los medios para ello. Se afirma que es divina no sólo porque su
objeto inmediato es Dios, sino también por su origen peculiar. La esperanza,
tal como la estudiamos aquí, es una virtud infusa, o sea, es distinta a los
hábitos buenos, que son el producto de la repetición de actos nacidos de
nuestras propias fuerzas. Al igual que la fe y la caridad sobrenaturales, la
esperanza es plantada directamente en el alma por Dios todopoderoso. Tanto en
su naturaleza como en el alcance de su operación sobrepasa los límites del
orden creado y únicamente puede ser obtenida por la generosidad del Creador. La
capacidad conferida por ella no solamente refuerza un poder ya existente, sino
que eleva y transforma el desempeño de esa facultad para desempeñar funciones
que quedan esencialmente fuera del ámbito de la esfera natural de su actividad.
Pero todo esto se entiende exclusivamente sobre la base, que damos por sentada,
de que existe un orden sobrenatural y que es en ese orden donde radica el
destino final del hombre de acuerdo a la actual providencia de Dios.
Se
dice que la esperanza es una virtud teologal porque su objeto inmediato es
Dios. Y lo mismo se dice de las otras dos virtudes infusas: la caridad y la fe.
Santo Tomás, de forma precisa, afirma que las virtudes teologales son tales
"porque tienen a Dios como su objeto, tanto en cuanto ellas nos dirigen
apropiadamente a Él, como porque son infundidas en nuestras almas
exclusivamente por Dios y porque, también, llegamos a conocerlas solamente a
través de la revelación en las Sagradas Escrituras". Los teólogos amplían
esa idea diciendo que Dios todopoderoso constituye simultáneamente el objeto
formal y material de la esperanza. Es el objeto material porque Él es aquello
que principalmente, aunque no exclusivamente, buscamos al ejercer esa virtud.
Cualquier otra cosa que deseemos sólo es deseada porque está relacionada con
Él. De ahí que, según la doctrina más generalizada, no solamente los auxilios
sobrenaturales, especialmente aquellos que son necesarios para nuestra
salvación, sino igualmente las cosas del orden temporal, en la medida en que
puedan servirnos de medios para lograr el fin supremo de la vida humana, pueden
ser vistos como objetos materiales de la fe sobrenatural. Vale la pena poner
énfasis en que, en sentido estricto, no podemos apropiadamente esperar la vida
eterna si no es para nosotros mismos. Esto se debe a que la naturaleza de la
esperanza es desear y esperar aquello que es percibido precisamente como el
bien o felicidad de quien espera (bonum proprium). Sin embargo, unidos a los
demás por el amor, podemos desear y esperar la felicidad de los demás del mismo
modo como esperamos la nuestra “.
Preparó Jorge Casas y Sánchez.
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