INTRODUCCIÓN, FE, CRISTIANA.
La fe cristiana consiste en creer en la
divinidad de Jesucristo, en su Iglesia, en su doctrina, se trata de
un don de Dios que nos es otorgado por su misericordia y por
su amor.
La fe es don que Dios nos ofrece, se acepta o se rechaza, se
promueve o se deja de lado.
A Pedro le contesta cuando la aseveración de: ... ”tu
eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” …bienaventurado eres Simón hijo de Joná,
porque no te han revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está
en los cielos.
Es por la fe que podemos abrir la inteligencia a la luz divina, a la luz
de la Revelación, así tendremos a la razón, a la
sabiduría iluminadas por la fe.
Pero la fe no solo está en las creencias, es operativa, y para ello nada
nos la muestra tan bien como la Carta de Santiago, apóstol, de la que cito:
“ Santiago 2,7-14 al 19. ¿De qué
sirve, hermanos míos, que uno diga tener fe, si no tiene obras? Si un hermano o
una hermana están desnudos y carecen del sustento cotidiano y alguno de
vosotros les dice: -Id en paz calentaos y saciaos, pero no les dais lo
necesario para el cuerpo, ¿de que sirve? Así también la fe, si no va acompañada
de obras, está realmente muerta.
Pero alguno podrá decir: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe
sin obras, y yo por mis obras te mostraré la fe.
Es la fe operativa la que practica el cristiano. Cuando ora, hace un
acto caritativo, participa de la Santa Misa o reza el Santo Rosario, considera
su filiación divina, medita, ofrece a Dios sus quehaceres profesionales,
familiares, sociales, etc.
Razón y fe, no se oponen, por el contrario es necesaria la fe pare ver
la verdad razonablemente, sin la fe no es posible comprender la Revelación ni
la Moral Cristiana, contenida en el Nuevo Testamento y en la Divina Tradición,
cuidada por el Espíritu Santo en el Magisterio de la Iglesia.
Más de 2000 años de intensos estudios por mentes
preclaras de hombres de la Iglesia que incluyen a científicos renombrados, nos
han dejado comprobado que la razón no deja de serlo al recibir la luz de la fe,
al contrario penetra mejor los misterios del ser persona humana, criatura de Dios.
Al tratar de entender los misterios de Dios, el hombre necesita de sus
razonamientos o sea de su inteligencia, y esta, es en la Filosofía,
en la que encuentra las más altas abstracciones necesarias para entenderlos, y
dado que el conocimiento de lo que respecta a Dios es teología, la filosofía
resulta el instrumento más adecuado, por su lenguaje, y su capacidad
de abstracción de servir como instrumento de la aquella.
Para que la fe no se desvíe y se quede en la esfera de los sentimientos
el creyente debe estar instruido en los más altos niveles de su capacidad
intelectiva, así su fe formará íntima parte de sus actos
vivenciales.
Pero no se aconseja que se introduzca uno, en el estudio solitario de la
filosofía en general, pues se corre el peligro de caer en “filosofías”
contrarias a nuestra fe, sino que se concentre el católico en la “Filosofía Cristiana” segura, fundada en los
más grandes de todos los filósofos y teólogos que la Iglesia ha tenido hasta
ahora, algunos de ellos entre los Padres de la Iglesia, siendo el último, san
Agustín, en plena edad media san Alberto
Magno y Santo Tomás de Aquino, por mencionar solo algunos. Nos
encontraremos así mismo multitud de sus
seguidores, y comentaristas.
Es el deseo de conocer y amar más a Dios el motor que nos debe de impulsar
al conocimiento, aunque somero, de la “Filosofía Cristiana”, como lo son, claro,
cualquier otra actividad humana, como la meditación, la santificación de las
cosas pequeñas de nuestra existencia, del trabajo, de la vida familiar y todas
nuestras actividades comunes y corrientes, como lo son: el ejercicio de la
profesión, la investigación, el cultivo de arte, artesanía, trabajo personal o
actividades lícitas, como el deporte, el ocio, el descanso, ya que todo nos debe de llevar a Dios.
Ya desde 1879 el papa León XIII en su encíclica “Aeterni Patris”, trata
de la restauración de la filosofía cristiana en las escuelas católicas, más
adelante en este breve curso nos dedicaremos al conocimiento de las enseñanzas
de este magnífico documento, el cual el propio pontífice consideró
como su más importante encíclica, por haber influido en enseñanzas posteriores
sobre la persona humana, el trabajo, la sociedad, la familia, el matrimonio, y
el Estado.
Es por tanto que 132 años después de la publicación de esta
encíclica, debemos de rendirle homenaje por su santidad, su sabiduría, sus
enseñanzas, las que nos durarán hasta el final de los tiempos.
Todos los católicos tenemos una dosis de vocación cristiana, puede ésta
radicar en forma latente y no haberse manifestado, puede también tener una
dimensión pequeña, o puede ser fuerte y sin embargo compartirse con la propia
ignorancia. Lo que nos lleva a la situación ideal, es una fuerte vocación y una
información amplia. Es la persona con formación, mayor o menor, acorde a los
diferentes grados de su capacidad, actividades diversas de su existencia, y demás
factores lo que nos orientará hacia el tiempo a dedicar a esta actividad de ampliar nuestros conocimientos, pero de
antemano consideremos que un total
dominio de la materia, no se podrá considerar completo, jamás, la formación
cristiana no tiene límite, todos absolutamente todos, incluyendo al más sabio y
santo cardenal u obispo, tiene que continuar su formación hasta el último
instante de su vida consciente, el saber morir cristianamente, será el último
eslabón de nuestra formación.
Jorge Casas y Sánchez.
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