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|Este artículo publicado en España nos muestra los cambios de población que se están dando en nuestro globo.
o La
ideología feminista de género favorece la esterilidad de los occidentales pero
cierra los ojos al natalismo de los inmigrantes
Las feministas radicales no tienen palabras lo suficientemente fuertes
para estigmatizar a la Iglesia, acusada de discriminar y esclavizar a las
mujeres, siendo que ninguna otra religión en el mundo ha llevado a tan alto
grado la dignidad de las mujeres en su especificidad, particularmente con el
culto a la Virgen María, pero están mudas ante el trato que el islam inflige a
las mujeres y también a los homosexuales, ferozmente reprimidos en todo país de
charia. La inferioridad de la mujer es para el islamista un dogma intocable
inscrito en el Corán y en numerosos hádices. Incluso figura en la Declaración
de los Derechos Humanos del Hombre Musulmán redactada en El Cairo en 1990 bajo
la égida de la Conferencia Islámica, lo que no deja augurar una evolución del
mundo musulmán en este punto.
Esta base teológica justifica la condición de eterna menor de edad de la
mujer musulmana, que no sale nunca de la tutela masculina, ya sea del padre
(que la casa a una edad precoz) o ya se trate del esposo, incluso de su hijo en
caso de quedar viuda. La poligamia, catastrófica para la educación de los
hijos, el repudio arbitrario por el marido, la lapidación de las mujeres
acusadas de adulterio que apenas pueden defenderse ante los cadis (jueces) que
les dan a su testimonio un valor dos veces menor que al de un hombre, figuran
entre las innumerables discriminaciones y malos tratos infligidas a la mujer
musulmana cuya inferioridad está simbolizada en el porte del velo, “esa
estrella amarilla de la condición feminina” en palabras de la iraní Djavat
Tchadortt.
En definitiva, la mujer musulmana,
considerada impura a partir de la pubertad, no cuenta más que por la maternidad
que el islam instrumentaliza en favor del jihad. La declaración en la ONU del
presidente Boumedienne ante la asamblea general es inequívoca: “Os
conquistaremos con el vientre de nuestras mujeres”. Esta amenaza se inscribe
dentro de una larga tradición expresada en una hadiz: “Casaros con esposas
fecundas: quiero a través de vosotros sobrepasar a las naciones en número”.
La indulgencia de las neo-feministas radicales hacia el islam sólo es
paradójica en apariencia. Si ahondamos en el análisis, nos damos cuenta que la
ideología de género se integra en un complejo ideológico en el que el
antirracismo juega un papel determinante. Obedece a una metapolítica de la
diversidad que prohíbe la discriminación entre hombres y mujeres, entre
heterosexuales y homosexuales, entre inmigrantes y autóctonos. La bandera del
arcoiris simboliza el nuevo ideal que quiere yuxtaponer sin exclusiones a las
comunidades, sin unificarlas autoritariamente en el marco de una nación o un
Estado.
Esta metapolítica desemboca en un cosmopolitismo que asigna a todos los
individuos los mismos derechos, en todo lugar, sea cual sea su origen étnico y
su orientación sexual, en un mundo que ha abolido la distinción entre el
extranjero y el ciudadano autóctono, y en el cual, al final, los estados serían
abolidos. Se designa esta nebulosa ideológica con el nombre del mundialismo.
Esta es en definitiva, la lógica de la ideología post-feminista de
género que favorece la esterilidad de los occidentales pero cierra los ojos al
natalismo de los inmigrantes.
Aparece así como el mejor agente de la “Gran Sustitución”, expresión por
la cual Renaud Camus describe la empresa mundialista de destrucción de las
naciones mediante la inmigración/invasión de manera que facilite el gobierno de
la hiperclase mundial sobre poblaciones reducidas al estado de consumidores
intercambiables, solitarios, privados de identidad, de historia, de referencias
morales y por lo tanto de ambición política: un “mejor de los mundos” del cual
Aldous Huxley nos ha ofrecido la aterradora anticipación. Tenemos muchas
razones para reprobar la política de la UE, laboratorio del mundialismo, una de
cuyas directrices es la imposición del matrimonio homosexual en todo el ámbito
europeo.
Hoy como ayer, la UE quiere imponernos la seudo ética del género cuyas
consecuencias podrían conducir a un futuro trágico, ya que como dice Roland
Hureaux, “la ideología es la más grave enfermedad que pueda afectar la
política”.
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