FORTALEZA, una de las virtudes cardinales.
Ser
fuertes de ánimo ayuda a sobrellevar las
dificultades y superar nuestros límites. Para los cristianos, Cristo es el
ejemplo para vivir esta virtud, que abre la puerta a otras muchas.
Séneca de
modo gráfico decía a propósito de la fortaleza:
“A través de las dificultades, hasta las estrellas”.( Per aspera ad astra.)
Conseguir lo
valioso, para los humanos significa, esfuerzo. Lo que vale cuesta. La
experiencia humana nos enseña que para
conseguir lo mejor, solo es con esfuerzo que lo logramos, los obstáculos en
nuestras vidas siempre están allí y hay que irlos sorteando, esa es nuestra
lucha para alcanzar bienes mas altos, es
por ello que la fortaleza es admirada por los hombres, los pensamientos de los
antiguos griegos ya consideraban a la
fortaleza como virtud cardinal. Nos dejan la lección de que el apetito
irascible del ser humano le da vigor para buscar el bien por arduo y difícil
que sea.
Pero como en todo,
está el otro lado de la moneda, se constata continuamente en nuestra
propia vida aquello que no hemos sido capaces de realizar y que se trataba de
tareas que estaban a nuestro alcance, encontramos dentro de nosotros mismos las
renuncias que llevamos a cabo frente a algo laborioso, por el esfuerzo que
implica, por lo que vemos, en teoría,
que tenemos capacidad para grandes sacrificios a la vez que grandes
claudicaciones.
La Revelación
Cristiana ofrece una respuesta llena de
sentido a este problema, en numerosas ocasiones la Biblia alaba la
fortaleza, Jesucristo al explicarnos que
la puerta es angosta nos da a entender la dificultad de salvarse, sin esfuerzo, en otra ocasión hablando del
Reino de Dios nos aclara que lo alcanzan los que hacen violencia. (violenti repiunt). La Escritura nos aclara también que la fortaleza nos viene de
Dios, el salmo 31,5 dice: porque Tu eres
mi fortaleza, San Pablo esto lo entiende
muy bien, al decir: cuando estoy débil,
entonces es cuando soy fuerte. O cuando el Sr. Nos dice “te basta mi
gracia”. O cuando nos asegura “sin mi, no podéis hacer nada”. Así es que nos
resulta posible seguir a Jesucristo, con esa fortaleza que se nos da prestada,
a lo que podemos concluir que la verdadera felicidad la encontramos, auxiliados
de este don, en seguir la voluntad de Dios.
La Iglesia
desde su inicio ha sentido verdadera veneración por los mártires, quienes han
ofrecido su sufrimiento por su plena identificación con Jesucristo, lo que han
testimoniado con su sangre. En esta época aún se siguen dando casos de
mártires, como ejemplo podemos mencionar a los múltiples casos de misioneros.
Nos recuerda
Benedicto XVI que hay también un
martirio de la vida cotidiana de cuyo testimonio el mundo de hoy está
especialmente necesitado: el testimonio silencioso y heroico de tantos
cristianos que viven el Evangelio sin componendas, cumpliendo su deber y
dedicándolo generosamente al servicio de los pobres..
Un ejemplo
lo vemos en la Virgen que al pié de la cruz de su hijo, que sin morir nos dejó
un ejemplo de fortaleza, pidámosle a ella que interceda por nosotros para que
tengamos fortaleza, a los pies de la cruz de Cristo.
La Virgen
Dolorosa es testigo fiel del amor de Dios, e ilustra muy bien el acto de del
ejercicio de la virtud de la fortaleza, que consiste en resistir lo adverso, lo
duro. Resistencia en el bien, porque sin bien no hay felicidad. Este bien se
identifica con la contemplación de la Trinidad en el cielo. La Sagrada
Escritura en varias ocasiones se refiere a la roca, como sustento de lo fuerte,
de lo que resiste.
Son varias
las virtudes que se relacionan cercanamente con la fortaleza, se suele hablar de la constancia, cuando se
trata de vencer la tentación de abandonar el esfuerzo, la paciencia y la constancia que nos ayudan a
sufrir en silencio contrariedades, son palabras de Jesús “con vuestra paciencia
poseeréis vuestras almas. Otra lección de Nuestro Señor Jesucristo: “quien
persevere hasta el fin, ese se salvará”. (Mt.10,22).
San
Josemaría, nos dejó esta bella aseveración: “Comenzar es de todos; perseverar,
es de santos”. Él que tubo, como característica propia y enseñó ese gran amor
al trabajo bien acabado, que describía
como el saber poner las últimas piedras en cada labor realizada.
La fidelidad
debe estar sujeta a la duración, esto puede ser coherente en un día, o menos,
una semana o un año o toda la vida. Sería falta de coherencia, fijarse una
duración de una semana y lograr solo tres o cuatro días., cuando se trata de la fidelidad a Dios,
siempre hablamos de toda la vida. Aunque puede haber objetivos (mandas) de
plazos predeterminados., recordemos la parábola de los talentos, del Señor: Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido
fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor.”.
Epitafio del rey inglés Jacobo II
“Grande en la prosperidad, mayor en la adversidad”. Esto nos expresa armonía entre
distintas partes de la virtud de la fortaleza que se relacionan con el acto de
resistir el bien, y que nos hablan de magnanimidad y magnificencia, que son: la
paciencia y la perseverancia en referencia al acto de atacar, de acometer tanto
lo grande como lo pequeño en tanto moderadoras de acciones atrevidas y
audaces, ocupándose la fortaleza del
temor, de la audacia, e imposición del equilibrio.
San
Josemaría nos enseñó al emprender obras virtuosas excelentes y difíciles,
dignas de gran honor, en las que apreciamos estas cualidades de magnificencia,
en las que los recursos económicos y materiales adecuados a cada proyecto.nos
dejó escritos en los que describía la persona magnánima en estos términos: “animo
grande, alma amplia en la que caben muchos. Es la fuerza que nos dispone a salir
de nosotros mismos, para prepararnos a emprender obras valiosas, en beneficio
de todos. No anida la estrechez en el magnánimo; no media la cicatería, ni el
cálculo egoísta, ni la trapisonda interesada. El magnánimo dedica sin reservas
sus fuerzas a lo que vale la pena; por eso es capaz de entregarse él mismo. No
se conforma con dar: se da. Y logra entender entonces la mayor muestra de
magnanimidad: darse a Dios”.
Se requiere
magnanimidad para emprender cada jornada, la empresa de la propia
santificación, el apostolado y testimonio cristiano en medio del mundo con las
dificultades que siempre habrá se apoyará en la convicción de que todo es posible para el cree. En este
sentido el cristiano magnánimo no teme proclamar y defender con firmeza y
discreción las enseñanzas de la Iglesia.
Aquí caben
dos reflecciones: el ser intransigentes con caridad, sin tratar de imponerse,
mas bien con paciencia y buscando la mejor oportunidad. Y recordar que debemos
de tener --piedad de niños y doctrina de teólogos—considerando que las verdades
del Magisterio no se contraponen a la libertad de opinión de los otros, después
de todo nosotros si distinguimos las verdades de fe de las simples opiniones
humanas.
Dios es
grande y nos comunica su grandeza en la intimidad, pues está presente en nosotros con toda su
enormidad inconmensurable, por lo que podemos concluir como lo hizo la Virgen
Santísima al decir en el Magnificat “…porque ha hecho en mi cosas grandes”.
El esplendor de esta exultación de la Virgen nos enseña: que solo es grande el
hombre si Dios es grande.
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