31. En este mundo que corre sin un rumbo común, se respira una
atmósfera donde «la distancia entre la obsesión por el propio bienestar y la
felicidad compartida de la humanidad se amplía hasta tal punto que da la
impresión de que se está produciendo un verdadero cisma entre el individuo y la
comunidad humana. […] Porque una cosa es sentirse obligados a vivir juntos, y
otra muy diferente es apreciar la riqueza y la belleza de las semillas de la
vida en común que hay que buscar y cultivar juntos»[29]. Avanza
la tecnología sin pausa, pero «¡qué bonito sería si al crecimiento de las
innovaciones científicas y tecnológicas correspondiera también una equidad y
una inclusión social cada vez mayores! ¡Qué bonito sería que a medida que
descubrimos nuevos planetas lejanos, volviéramos a descubrir las necesidades
del hermano o de la hermana en órbita alrededor de mí!»[30].
Las pandemias y otros flagelos de la historia
32. Es
verdad que una tragedia global como la pandemia de Covid-19 despertó durante un
tiempo la consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma
barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva
solo, que únicamente es posible salvarse juntos. Por eso dije que «la tempestad
desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y
superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas,
nuestros proyectos, rutinas y prioridades. […] Con la tempestad, se cayó el
maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre
pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa
bendita pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa
pertenencia de hermanos»[31].
33. El
mundo avanzaba de manera implacable hacia una economía que, utilizando los
avances tecnológicos, procuraba reducir los “costos humanos”, y algunos
pretendían hacernos creer que bastaba la libertad de mercado para que todo
estuviera asegurado. Pero el golpe duro e inesperado de esta pandemia fuera de
control obligó por la fuerza a volver a pensar en los seres humanos, en todos,
más que en el beneficio de algunos. Hoy podemos reconocer que «nos hemos
alimentado con sueños de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo
distracción, encierro y soledad; nos hemos empachado de conexiones y hemos
perdido el sabor de la fraternidad. Hemos buscado el resultado rápido y seguro
y nos vemos abrumados por la impaciencia y la ansiedad. Presos de la
virtualidad hemos perdido el gusto y el sabor de la realidad»[32].
El dolor, la incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios límites que
despertó la pandemia, hacen resonar el llamado a repensar nuestros estilos de
vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y sobre todo
el sentido de nuestra existencia.
34. Si
todo está conectado, es difícil pensar que este desastre mundial no tenga
relación con nuestro modo de enfrentar la realidad, pretendiendo ser señores
absolutos de la propia vida y de todo lo que existe. No quiero decir que se
trata de una suerte de castigo divino. Tampoco bastaría afirmar que el daño
causado a la naturaleza termina cobrándose nuestros atropellos. Es la realidad
misma que gime y se rebela. Viene a la mente el célebre verso del poeta
Virgilio que evoca las lágrimas de las cosas o de la historia[33].
35. Pero
olvidamos rápidamente las lecciones de la historia, «maestra de vida»[34].
Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una
fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al
final ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”. Ojalá no se trate de
otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de
aprender. Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de
respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año
tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una
forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos
debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los
rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos
creado.
36. Si no
logramos recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de
solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes, la ilusión global
que nos engaña se caerá ruinosamente y dejará a muchos a merced de la náusea y
el vacío. Además, no se debería ignorar ingenuamente que «la obsesión por un
estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo,
sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca»[35].
El “sálvese quien pueda” se traducirá rápidamente en el “todos contra todos”, y
eso será peor que una pandemia.
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