jueves, 30 de abril de 2020

PASCUA DE RESURRECCIÓN


PASCUA DE RESURRECCIÓN. Principal tiempo litúrgico. Los cincuenta días que van del Domingo de Resurrección al Domingo de Pentecostés, son el tiempo de la Pascua. Es el tiempo litúrgico mas importante de todos, incluso más que la Navidad, porque celebra la misión terminada de Jesucristo, aquí en la tierra. Es tiempo de alegría, la alegría mayor que todo cristiano debe tener, porque habla de salvación, porque nos muestra el inmenso amor de Dios por la humanidad, y por cada uno de nosotros, dada la perfección divina de dicho amor. Culmina de la manera mas maravillosa que hay, con la venida del Espíritu Santo, sobre el Cuerpo Apostólico, reunido alrededor de nuestra Madre del Cielo, la Virgen María y por lo tanto es también tiempo de espera, pues la venida del Espíritu Santo es la garantía de que la Iglesia crecerá, que se conservará santa, inspirada, cuidada y cada vez mas sabia. Que desde el Santo Padre, hasta el mas humilde feligrés, recibiremos las mociones que nos llevan a amar a Dios y a sus criaturas, especialmente a nuestros prójimos.
Es un tiempo de oración de agradecimiento, de oración alegre, de acciones positivas que agraden a Dios, es un tiempo en que recordamos mas a Jesucristo en el Sermón de la Montaña y en la Pesca Milagrosa, que en la agonía de Getsemaní o en su Pasión dolorosa. Es muy lamentable que haya personas afectadas por la pandemia, y no podemos olvidarlas para nada, sin embargo nada mejor podemos hacer que encomendarlas, junto con todos los que se encuentran en las tareas de ayuda, y tratemos dentro de esta calamidad, de esperar con alegría y optimismo, la superación de ésta difícil etapa de nuestra existencia. Hagámoslo, en compañía de Pedro y de La Virgen Santísima.
Esta es la oportunidad perfecta para que veamos que en medio del sufrimiento, que por empatía sentimos por el prójimo, la felicidad intrínseca no se pierde, es decir que el sufrimiento no nos hace unos infelices, pues en medio de éste, está la felicidad que experimentamos al celebrar el acontecimiento mayor de la historia humana, el de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Como cuando en una familia el luto por el abuelo o la abuela coincide con el alumbramiento de un nuevo ser en la familia, sentimiento profundo por un lado y felicidad por el otro, y al mismo tiempo.
Compartamos las dos situaciones ahora, la pena por las desgracias que acarrea la pandemia, muy graves algunas, por las pérdidas materiales, y no se diga por las humanas, con la alegría de la Pascua de Resurrección.
Jorge Casas y Sánchez.

martes, 7 de abril de 2020

SEMANA SANTA, día a día.


SEMANA SANTA.
El objeto de estos comentarios sobre Semana Santa, día a día, es con el objeto de ir al Nuevo Testamento y personalmente leer la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

PRIMER DÍA, DOMINGO DE RAMOS.
 Entrada triunfal de Nuestro Señor Jesucristo a la ciudad de Jerusalén, lo hace humildemente, montando un borriquillo, se cumple la profecía de Zacarías: 9.9 Las personas le dan la bienvenida multitudinariamente, con ramos de palmas en las manos.
Sus cánticos son HOSANA AL HIJO DE DAVID, HOSANA EN LAS ALTURAS, BENDITO SEA EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR, HOSANA EN LAS ALTURAS.
La noche previa la ha pasado en Betania, donde vivía Lázaro su amigo querido, a quien había resucitado y sus hermanas Marta y María.
Regocíjense hijas de Sion, regocíjense hijas de Israel, vean que viene el salvador, es su Rey que viene a Uds. Montando un borrico.


SEGUNDO DÍA,  LUNES SANTO, JESÚS LIMPIA DE MERCADERES EL TEMPLO.
Regresan Jesús y sus Apóstoles el lunes siguiente a Jerusalén, se supone que estos días pernoctaban en Betania en casa de Lázaro, a unos tres kilómetros de distancia, camino al Templo maldice a una verde higuera que no le ofrece fruto alguno. Al entrar al templo, se indigna Jesús al ver las transacciones mercantiles que se están llevando a cabo en este. Y enojado los corre, a los cambistas les tira las mesas, e indignado les reprime, no es el templo del Señor el lugar para realizar comercio, las Escrituras indican que es un sitio de oración y ustedes lo han convertido en una cueva de ladrones.

TERCER DÍA,  MARTES SANTO. JESÚS VA AL MONTE DE LOS OLIVOS.
 El martes Jesús y sus discípulos, regresaron a Jerusalén, al pasar observaron la higuera seca. En el Templo los sacerdote, fariseos y demás líderes de los judíos, decían que porque se atribuía autoridad espiritual, con lo que no estaban de acuerdo, por lo que decidieron una estrategia para apresarlo. Cristo los evadió y les dijo: “guías ciegos, que sois como tumbas, blanqueadas por fuera pero dentro tenéis la podredumbre, aparentáis ser personas correctas, pero en sus corazones habita la maldad y la hipocresía, sois disolutos, víboras.
Mas tarde se dirigieron al Monte de los Olivos, que se encuentra al Este del templo y desde el que se contempla Jerusalén. Aquí Jesucristo da su “Discurso de los Olivos”, que los Sinópticos nos dejan. Se trata de una profecía en la que habla de la tribulación y  persecución antes del último triunfo del Reino de Dios, el él refiere la destrucción del Templo de Jerusalén. Fue un día tumultuoso y de confrontaciones. Después, cansados regresarán a  Betania a pasar la noche.
CUARTO DÍA, MIÉRCOLES SANTO.
Las Santas Escrituras, no narran nada sobre acontecimientos del Miércoles Santo, algunos especialistas piensan que fue un día de descanso, esperando la Pascua Judía, en la casa de Lázaro y las hermanas  Marta y María.
QUINTO DIA,  JUEVES SANTO.
Desde Betania, Jesucristo mandó a Pedro y a Juan, para que prepararan el salón alto, en el que celebrarían la Cena Pascual. Esa tarde a la puesta del sol, antes de la Cena Pascual Jesucristo lavó los pies de los apóstoles, en una lección de humildad para sus apóstoles en ese momento, y para toda la cristiandad, hasta el fin de los tiempos. Esta ceremonia que recuerda el amor de Jesucristo por la humanidad, enseñándonos el amor que debemos de tener entre nosotros,  se lleva a cabo en la Liturgia de la Iglesia, todos los Jueves Santos.
Después al disponerse a la que sería su  Última Cena con ellos les dijo:  Intensamente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que nunca mas volveré a comerla hasta que se cumpla en el Reino de Dios.
Jesucristo, como Cordero de Dios, estaba a punto de dar a conocer el verdadero sentido de la Pascua, su Cuerpo sería torturado en extremo y su Sangre derramada, en dolorosísimo Sacrificio, para perdonar nuestros pecados y para lucrarnos salvación eterna. Posibilidad, que aceptamos, pero que en nuestra intrínseca libertad podemos rechazar. Les pide también, en forma adelantada que  utilizando las especies de pan y vino que Él consagra, el pan primero y el vino al último, convirtiéndolos mediante el Milagro de la Consagración en su Cuerpo y Sangre divinos. Les pide (en forma adelantada) que  sea su Sacrificio conmemorado, y a ellos los consagra para que en su representación lo lleven a cabo, ellos y sus sucesores hasta el final de los tiempos.
Después de la Cena Pascual, los lleva el Huerto de Getsemaní, donde será entregado por Judas Iscariote, el que lo traicionó, a las autoridades. En esta ocasión su oración y agonía son tan profundas, que  suda gotas de sangre.
Será llevado esa noche ante Anás y después ante Caifás, para el juicio. Pedro en las altas horas de la noche le negará tres veces, mientras se ventilaba el caso, estas negaciones las  había profetizado el propio Jesús, y temprano a la mañana siguiente ya Viernes, será llevado ante el gobernador, Poncio Pilatos.

SEXTO DÍA, VIERNES DE DOLORES.
Las horas que se avecinan serán las mas dolorosas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, después de varios juicios injustos, Jesucristo es azotado, coronado de espinas, vejado, se han burlado de Él, lo han escupido, abofeteado, y él no había hecho mas que el bien, curando, enseñando, consolando, sirviendo, amando a los demás. Le condenan a la muerte de cruz, la pena capital mas oprobiosa de la época, además le cargan su propia cruz, el vergonzante patíbulo, lo tiene que acarrear en hombros.
Al llegar al Monte Calvario le quitan sus ropas las que echan a suertes, le clavan en la Cruz,  Mientras sufre lo indecible clavado en la Cruz, dirigirá a todos  los humanos palabras en siete ocasiones, las primeras son dirigiéndose al Padre, en que suplica el perdón de sus verdugos, “…porque no saben lo que hacen”,  inmensa enseñanza cristiana. Las  últimas palabras, dichas con su último aliento  fueron: “Padre en tus manos encomiendo mi Espíritu”.   Serían las tres de la tarde cuando Dios hecho hombre, muere por la salvación de los hombres.  Un fiel del Señor, José de Arimatea, pedirá permiso a Pilatos de bajar al Señor de la Cruz, y le entierra en un sepulcro nuevo.
Nicodemo, otro fiel del Salvador, participa en el entierro, lleva una mezcla de mirra y aloe, cosa de cien libras.  Está a punto de comenzar el Sabath, en el que los judíos no trabajan, ni realizan tarea alguna, por lo que solo alcanzan a envolver el cuerpo muerto de Jesucristo con las especies aromáticas y cierran la tumba. Una guardia romana es asignada para que no se vaya a sacar el cuerpo de la tumba.

SEPTIMO DÍA, SÁBADO, JESÚS EN LA TUMBA.
Una guardia romana permanece frente a la tumba .  A la puesta del sol, que termina el tiempo de guardar del Sabath  y acordes a los ritos del judaísmo de la época, José de Arimatea y Nicodemo llevan a cabo la envoltura del cadáver de Jesucristo, en largos lienzos de lino y con aromas en abundancia.
Jesucristo, muerto y enterrado está pagando por nuestros  pecados y asegurando nuestra salvación.


OCTAVO DÍA. DOMINGO DE RESURRECCIÓN.
El mas importante acontecimiento de la fe cristiana, el Domingo de Resurrección, y es donde culmina la Semana Santa, siendo el fundamento de toda la Doctrina de Jesucristo. Muy de mañana ese Domingo María Magdalena fue al sepulcro y vió quitada la piedra, lo que corrió a informar a Pedro y a Juan : “se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde le han puesto” corren estos hacia el lugar y encuentran solo los lienzos. Regresan a los suyos, aún sin entender que era necesario que resucitase. La Magdalena llora junto al sepulcro, dos ángeles le dicen: mujer ¿porque lloras?, porque se han llevado a mi Señor y no se donde lo han puesto, les contestó. Se volvió y vio a alguien pensando que sería el hortelano, quien le dice ¿a quien buscas?,  contesta ella: Señor si te lo has llevado dime donde lo has puesto.
Jesús le dijo  !!!María!!!  volviéndose ella le dice  !!! Raboni  !!!, que quiere decir, Maestro. Y la instruyó para que informara a sus discípulos, lo siguiente:  “Subo a mi  Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.
Jesús realizó otras apariciones, Teólogos muy seguros nos dicen que aunque las Escrituras no lo registran debió de aparecerse en primer lugar a su Madre la Virgen Santísima, otras que se registran son: a los dos discípulos en el camino de Emaús, en la tarde, y a sus discípulos esa misma noche. Al aparecerse sin necesidad de que le abrieran la puerta atrancada por seguridad, les dice “la Paz sea con vosotros”, les enseñó su costado abierto y las heridas de los clavos, y soplando sobre ellos les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes les remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos.
Compiló:  Jorge Casas y Sánchez.

sábado, 4 de abril de 2020

TEXTOS DE VIDA CRISTIANA, SEMANA SANTA, tomado de los archivos del Opus Dei. Org


Semana Santa,  Nos amó hasta el fin
La Semana Santa es el centro del año litúrgico: revivimos en estos días los momentos decisivos de nuestra redención. La Iglesia nos lleva de la mano, con su sabiduría y su creatividad, del Domingo de Ramos a la Cruz y a la Resurrección.
AÑO LITÚRGICO04/04/2020

En el corazón del año litúrgico late el Misterio pascual, el Triduo del Señor crucificado, muerto y resucitado. Toda la historia de la salvación gira en torno a estos días santos, que pasaron desapercibidos para la mayor parte de los hombres, y que ahora la Iglesia celebra «desde donde sale el sol hasta el ocaso»[1]. Todo el año litúrgico, compendio de la historia de Dios con los hombres, surge de la memoria que la Iglesia conserva de la hora de Jesús: cuando, «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin»[2].
MUCHOS DE LOS RITOS QUE VIVIMOS ESTOS DÍAS ECHAN SUS RAÍCES EN MUY ANTIGUAS TRADICIONES; SU FUERZA ESTÁ AQUILATADA POR LA PIEDAD DE LOS CRISTIANOS Y POR LA FE DE LOS SANTOS DE DOS MILENIOS
La Iglesia despliega en estos días su sabiduría maternal para meternos en los momentos decisivos de nuestra redención: a poco que no ofrezcamos resistencia, nos vemos arrastrados por el recogimiento con que la liturgia de la Semana Santa nos introduce en la Pasión; la unción con la que nos mueve a velar junto al Señor; el estallido de gozo que mana de la Vigilia de la Resurrección. Muchos de los ritos que vivimos estos días echan sus raíces en muy antiguas tradiciones; su fuerza está aquilatada por la piedad de los cristianos y por la fe de los santos de dos milenios.
El Domingo de Ramos
El Domingo de Ramos es como el pórtico que precede y dispone al Triduo pascual:«este umbral de la Semana Santa, tan próximo ya el momento en el que se consumó sobre el Calvario la Redención de la humanidad entera, me parece un tiempo particularmente apropiado para que tú y yo consideremos por qué caminos nos ha salvado Jesús Señor Nuestro; para que contemplemos ese amor suyo —verdaderamente inefable— a unas pobres criaturas, formadas con barro de la tierra»[3]
Cuando los primeros fieles escuchaban la proclamación litúrgica de los relatos evangélicos de la Pasión y la homilía que pronunciaba el obispo, se sabían en una situación bien distinta de la de quien asiste a una mera representación: «para sus corazones piadosos, no había diferencia entre escuchar lo que se había proclamado y ver lo que había sucedido»[4]. En los relatos de la Pasión, la entrada de Jesús en Jerusalén es como la presentación oficial que el Señor hace de sí mismo como el Mesías deseado y esperado, fuera del cual no hay salvación. Su gesto es el del Rey salvador que viene a su casa. De entre los suyos, unos no lo recibieron, pero otros sí, aclamándole como el Bendito que viene en nombre del Señor[5].
El Señor, siempre presente y operante en la Iglesia, actualiza en la liturgia, año tras año, esta solemne entrada en el «Domingo de Ramos en la Pasión del Señor», como lo llama el Misal. Su mismo nombre insinúa una duplicidad de elementos: triunfales unos, dolorosos otros. «En este día —se lee en la rúbrica— la Iglesia recuerda la entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén para consumar su Misterio pascual»[6]. Su llegada está rodeada de aclamaciones y vítores de júbilo, aunque las muchedumbres no saben entonces hacia dónde se dirige realmente Jesús, y se toparán con el escándalo de la Cruz. Nosotros, sin embargo, en el tiempo de la Iglesia, sí que sabemos cuál es la dirección de los pasos del Señor: Él entra en Jerusalén «para consumar su misterio pascual». Por eso, para el cristiano que aclama a Jesús como Mesías en la procesión del domingo de Ramos, no es una sorpresa encontrarse, sin solución de continuidad, con la vertiente dolorosa de los padecimientos del Señor.
Es ilustrativo el modo en que la liturgia nos traduce este juego de tinieblas y de luz en el designio divino: el Domingo de Ramos no reúne dos celebraciones cerradas, yuxtapuestas. El rito de entrada de la Misa no es otro que la procesión misma, y esta desemboca directamente en la colecta de la Misa. «Dios todopoderoso y eterno, tú quisiste —nos dirigimos al Padre— que nuestro Salvador se hiciese hombre y muriese en la cruz»[7]: aquí todo habla ya de lo que va a suceder en los días siguientes.
El Jueves Santo
El Triduo pascual comienza con la Misa vespertina de la Cena del Señor. El Jueves Santo se encuentra entre la Cuaresma que termina y el Triduo que comienza. El hilo conductor de toda la celebración de este día, la luz que lo envuelve todo, es el Misterio pascual de Cristo, el corazón mismo del acontecimiento que se actualiza en los signos sacramentales.
La acción sagrada se centra en aquella Cena en que Jesús, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el testamento de su amor, el Sacrificio de la Alianza eterna[8].
UNA ANTIGUA TRADICIÓN RESERVA PARA EL VIERNES SANTO LA PROCLAMACIÓN DE LA PASIÓN SEGÚN SAN JUAN, EN LA QUE SE ALZA LA IMPRESIONANTE MAJESTAD DE CRISTO QUE «SE ENTREGA A LA MUERTE CON LA PLENA LIBERTAD DEL AMOR» (SAN JOSEMARÍA)
«Mientras instituía la Eucaristía, como memorial perenne de Él y de su Pascua, puso simbólicamente este acto supremo de la Revelación a la luz de la misericordia. En este mismo horizonte de la misericordia, Jesús vivió su pasión y muerte, consciente del gran misterio del amor de Dios que se habría de cumplir en la cruz»[9]. La liturgia nos introduce de un modo vivo y actual en ese misterio de la entrega de Jesús por nuestra salvación. «Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente»[10]. El fiat del Señor que da origen a nuestra salvación se hace presente en la celebración de la Iglesia; por eso la Colecta no vacila en incluirnos, en presente, en la Última Cena: «Sacratissimam, Deus, frequentantibus Cenam…», dice el latín, con su habitual capacidad de síntesis; «nos has convocado hoy para celebrar aquella misma memorable Cena»[11].
Este es «el día santo en que nuestro Señor Jesucristo fue entregado por nosotros»[12]. Las palabras de Jesús, «me voy, y vuelvo a vosotros y os conviene que me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros»[13] nos introducen en el misterioso vaivén entre ausencia y presencia del Señor que preside todo el Triduo pascual y, desde él, toda la vida de la Iglesia. Por eso, ni el Jueves Santo, ni los días que lo siguen, son sin más jornadas de tristeza o de luto: ver así el Triduo sacro equivaldría a retroceder a la situación de los discípulos, anterior a la Resurrección. «La alegría del Jueves Santo arranca de ahí: de comprender que el Creador se ha desbordado en cariño por sus criaturas»[14]. Para perpetuar en el mundo este cariño infinito que se concentra en su Pascua, en su tránsito de este mundo al Padre, Jesús se nos entrega del todo, con su Cuerpo y su Sangre, en un nuevo memorial: el pan y el vino, que se convierten en «pan de vida» y «bebida de salvación»[15]. El Señor ordena que, en adelante, se haga lo mismo que acaba de hacer, en conmemoración suya[16], y nace así la Pascua de la Iglesia, la Eucaristía.
Hay dos momentos de la celebración que resultan muy elocuentes, si los vemos en su mutua relación: el lavatorio de los pies y la reserva del Santísimo Sacramento. El lavatorio de los pies a los Doce anuncia, pocas horas antes de la crucifixión, el amor más grande: «el de dar uno la vida por sus amigos»[17]. La liturgia revive este gesto, que desarmó a los apóstoles, en la proclamación del Evangelio y en la posibilidad de realizar la ablución de los pies de algunos fieles. Al concluir la Misa, la procesión para la reserva del Santísimo Sacramento y la adoración de los fieles revela la respuesta amorosa de la Iglesia a aquel inclinarse humilde del Señor sobre los pies de los Apóstoles. Ese tiempo de oración silenciosa, que se adentra en la noche, invita a rememorar la oración sacerdotal de Jesús en el Cenáculo[18]
El Viernes Santo
La liturgia del Viernes Santo comienza con la postración de los sacerdotes, en lugar del acostumbrado beso inicial. Es un gesto de especial veneración al altar, que se halla desnudo, exento de todo, evocando al Crucificado en la hora de la Pasión. Rompe el silencio una tierna oración en que el celebrante apela a las misericordias de Dios —«Reminiscere miserationum tuarum, Domine»— y pide al Padre la protección eterna que el Hijo nos ha ganado con su sangre, es decir, dando su vida por nosotros[19].
Una antigua tradición reserva para este día la proclamación de la Pasión según san Juan como momento culminante de la liturgia de la Palabra. En este relato evangélico se alza la impresionante majestad de Cristo que «se entrega a la muerte con la plena libertad del Amor»[20]. El Señor responde con valentía a los que vienen a prenderle: «cuando les dijo “Yo soy”, se echaron hacia atrás y cayeron en tierra»[21]. Más adelante le oímos responder a Pilato: «mi reino no es de este mundo»[22], y por eso su guardia no lucha para liberarle. «Consummatum est»[23]: el Señor apura hasta el final la fidelidad a su Padre, y así vence al mundo[24].
Tras la proclamación de la Pasión y la oración universal, la liturgia dirige su atención hacia el Lignum Crucis, el árbol de la Cruz: el glorioso instrumento de la redención humana. La adoración de la santa Cruz es un gesto de fe y una proclamación de la victoria de Jesús sobre el demonio, el pecado y la muerte. Con Él, vencemos nosotros los cristianos, porque «esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe»[25].
La Iglesia envuelve a la Cruz de honor y reverencia: el obispo se acerca a besarla sin casulla y sin anillo[26]; tras él, sigue la adoración de los fieles, mientras los cantos celebran su carácter victorioso: «adoramos tu Cruz, Señor, y alabamos y glorificamos tu santa Resurrección. Por el madero ha venido la alegría al mundo»[27] Es una misteriosa conjunción de muerte y de vida en la que Dios quiere que nos sumerjamos: «unas veces renovamos el gozoso impulso que llevó al Señor a Jerusalén. Otras, el dolor de la agonía que concluyó en el Calvario... O la gloria de su triunfo sobre la muerte y el pecado. Pero, ¡siempre!, el amor —gozoso, doloroso, glorioso— del Corazón de Jesucristo»[28].
El Sábado santo y la Vigilia pascual
EL SÁBADO SANTO ES EL DÍA DE LA ESPERA DE LA RESURRECCIÓN, INTENSAMENTE VIVIDA POR LA MADRE DE JESÚS, DE DONDE PROVIENE LA DEVOCIÓN DE LA IGLESIA A SANTA MARÍA LOS SÁBADOS
Un texto anónimo de la antigüedad cristiana recoge, como condensado, el misterio que la Iglesia conmemora el Sábado Santo: el descenso de Cristo a los infiernos. «¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo»[29]. Como vemos descansar a Dios en el Génesis al final de su obra creadora, el Señor descansa ahora de su fatiga redentora Y es que la Pascua, que está por despuntar definitivamente en el mundo, es «la fiesta de la nueva creación»[30]: al Señor le ha costado la vida devolvernos a la Vida.
LA VIGILIA PASCUAL EXPRESA DE MIL MODOS EL PASO DE LAS TINIEBLAS A LA LUZ, DE LA MUERTE A LA VIDA NUEVA EN LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR: EL FUEGO, EL CIRIO, EL AGUA, EL INCIENSO, LA MÚSICA Y LAS CAMPANAS…
«Dentro de un poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver»[31]: así decía el Señor a los Apóstoles en la víspera de su Pasión. Mientras esperamos su regreso, meditamos en su descenso a las tinieblas de la muerte, en las que estaban todavía sumergidos aquellos justos de la antigua Alianza Cristo, portando en su mano el signo liberador de la Cruz, pone fin a su sueño y los introduce en la luz del nuevo Reino: «Despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo»[32]. Desde las abadías carolingias del siglo VIII, se propagará por Europa la conmemoración de este gran Sábado: el día de la espera de la Resurrección, intensamente vivida por la Madre de Jesús, de donde proviene la devoción de la Iglesia a santa María los sábados; ahora, más que nunca, Ella es la stella matutina[33], la estrella de la mañana que anuncia la llegada del Señor: el Lucifer matutinus[34], el sol que viene de lo alto, oriens ex alto[35].
En la noche de este gran Sábado, la Iglesia se reúne en la más solemne de sus vigilias para celebrar la Resurrección del Esposo, incluso hasta las primeras horas del alba. Esta celebración es el núcleo fundamental de la liturgia cristiana a lo largo de todo el año. Una gran variedad de elementos simbólicos expresan el paso de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida nueva en la Resurrección del Señor: el fuego, el cirio, el agua, el incienso, la música y las campanas…
La luz del cirio es signo de Cristo, luz del mundo, que irradia y lo inunda todo; el fuego es el Espíritu Santo, encendido por Cristo en los corazones de los fieles; el agua significa el paso hacia la vida nueva en Cristo, fuente de vida; el alleluia pascual es el himno de los peregrinos en camino hacia la Jerusalén del cielo; el pan y del vino de la Eucaristía son prenda del banquete escatológico con el Resucitado. Mientras participamos en la Vigilia pascual, reconocemos con la mirada de la fe que la asamblea santa es la comunidad del Resucitado; que el tiempo es un tiempo nuevo, abierto al hoy definitivo de Cristo glorioso: «haec est dies, quam fecit Dominus»[36], este es el día nuevo que ha inaugurado el Señor, el día «que no conoce ocaso»[37].
Felix María Arocena

[1] Misal Romano, Plegaria Eucarística III.
[2] Jn 13, 1.
[3] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 110.
[4] San León Magno, Sermo de Passione Domini 52, 1 (CCL 138, 307).
[5] Cfr. Mt 21, 9.
[6] Misal Romano, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, n. 1.
[7] Misal Romano, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, Colecta.
[8] Cfr. Misal Romano, Misa vespertina de la Cena del Señor, Jueves Santo, Colecta.
[9] Francisco, Bula Misericordiae Vultus, 11-IV-2015, n. 7.
[10] Jn 10, 17-18.
[11] Misal Romano, Misa vespertina de la Cena del Señor, Jueves Santo, Colecta.
[12] Misal Romano, Misa vespertina de la Cena del Señor, Jueves Santo, Communicantes propio.
[13] Jn 14, 28; Jn 16, 7.
[14] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 84.
[15] Misal Romano, ofertorio.
[16] Cfr. 1 Cor 11, 23-25.
[17] Cfr. Jn 15, 13.
[18] Cfr. Jn 17.
[19] Cfr. Misal Romano, Celebración de la Pasión del Señor, Viernes Santo, oración inicial.
[20] San Josemaría, Via Crucis, X estación.
[21] Jn 18, 6.
[22] Jn 18, 36.
[23] Jn 19, 30.
[24] Cfr. Jn 16, 33.
[25] 1 Jn 5, 4
[26] Cfr. Ceremonial de los obispos, nn. 315. 322.
[27] Misal Romano, Celebración de la Pasión del Señor, Viernes Santo, n. 20.
[28] San Josemaría, Via Crucis, 14, 3.
[29] Homilía sobre el grande y santo Sábado (PG 43, 439).
[30] Benedicto XVI, Homilía en la Vigilia Pascual, 7-IV-2012.
[31] Jn 16, 16.
[32] Homilía sobre el grande y santo Sábado (PG 43, 462).
[33] Letanía Lauretana (cfr. Si 50, 6).
[34] Misal Romano, Vigilia Pascual, Pregón Pascual.
[35] Liturgia de las Horas, Himno Benedictus (Lc 1, 78).
[36] Sal 117 (118), 24.
[37] Cfr. Misal Romano, Vigilia Pascual, Pregón Pascual.