Mons. Agustí Cortés Por estas fechas
gran parte de la población está de vacaciones. El regreso al mar o a la
montaña, el viaje a lugares y países de geografía o cultura diferentes de la
habitual, hacen súmamente oportuna la lectura de la encíclica Laudato
si’ del papa Francisco. Es un texto de Doctrina Social de la Iglesia
para pensar, para orar, para comprometerse.
Como es sabido, esta encíclica lanza
un mensaje profético al mundo desde lo que podemos denominar “la ecología
cristiana”. Nuestra fe en la creación nos dice que el sentido y el destino de
la naturaleza y del cosmos en general están estrechamente ligados a la
humanidad: ésta recibe el mundo y lo “humaniza” sin destruirlo, ya que la
destrucción del cosmos supone la muerte del mismo ser humano. En el proyecto de
Dios Padre creador, la persona humana es colocada en un jardín de frutos bellos
y sabrosos a fin de que, trabajándolo, le sirva de hábitat, alimento y goce
estético. De ahí se deriva una moral, una virtud ecológica, que ha de marcar
nuestro trato del mundo natural. Esta moral ecológica afecta así a
prácticamente todos los campos de la vida personal y social.
El turismo vacacional sería, en este
sentido, una gran oportunidad para vivir este mensaje. Tenemos sin embargo una
dificultad: resulta preocupante que, salvo valiosas excepciones, el turismo
vacacional no es en realidad un encuentro con la naturaleza, sino la
prolongación del propio mundo a otro lugar, a lo sumo jalonado con detalles
exóticos, que le dan un cierto atractivo. Y si nuestra forma de vivir
habitualmente nuestro propio mundo, para mantener un nivel de bienestar,
explota la naturaleza degradándola, allá donde vamos de turismo vacacional
puede darse una explotación de recursos naturales tanto o más grave. Los
llamados espacios vacacionales y de turismo, en general, son tan “civilizados”
como nuestras ciudades. En ellos rige la ley del mercado con la misma
prepotencia y eficacia que en el corazón de la civilización más avanzada.
El discernimiento que hace el Papa,
siguiendo y desarrollando la doctrina de todos los papas anteriores desde san
Juan XXIII, consiste en atribuir la degradación de la naturaleza a una
explotación incontrolada, que brota de la ambición y del interés egoísta de
quienes tienen el poder sobre la técnica y los medios de producción. La
“cuestión ecológica” es por ello una cuestión esencialmente moral.
A partir de aquí se derivan las
llamadas a las instancias políticas y económicas internacionales para que se
adopten medidas para “salvar el planeta”. Pero también se derivan las pautas de
conducta de personas y grupos que en la vida cotidiana hemos de evitar toda
explotación que degrade irreversiblemente la tierra. La ecología del cosmos y
la ecología humana van de la mano.
Hemos venido subrayando “el poder de
los débiles” y la “virtualidad de la pobreza”. No es casualidad que el patrón
de la ecología católica sea san Francisco de Asís, como lo proclamó san Juan
Pablo II. Y no es casualidad que quienes más degradan la naturaleza sean
quienes más explotan a otros seres humanos.
- Somos invitados a respetar,
admirar, perfeccionar, todo lo creado.
- El mejor modo de hacerlo es
amarlo.
- La manera más perfecta de amar
es desprenderse y renunciar a toda forma de dominio sobre aquello que se ama.
Es el amor al ser humano lo que está
en juego.
¿Será
posible que al acabar las vacaciones pueda brotar de nuestro interior algo
parecido al Cántico de las criaturas de San Francisco y que
alabemos a Dios por la fraternidad extendida al sol, la luna, el agua, el
fuego…?
† Agustí Cortés Soriano
Les agradezco su participación Monseñor, es muy interesante e importante su escrito, le animo a proseguir y mi blog está a su disposición, ojalá y me enviara más datos personales, gracias
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