REVELACIÓN
DIVINA.
Ya hemos
comentado en otras ocasiones que lo que la doctrina evangélica de Jesucristo y
su tradición nos enseñan es la
REVELACIÓN DIVINA, es aquello que Dios ha querido que los hombres
sepamos de ÉL, también se nos enseña que termina con el Apocalipsis de San Juan Apostol.
Sobre esto hay dos aspectos que hoy es muy conveniente, examinar, el primero es
que en el Santo Evangelio el propio Jesucristo nos dice: “el Espíritu Santo os
guiará hasta la verdad completa, para conocer
lo que hasta ahora de ningún modo
podríais soportar” y el segundo aspecto es lo que el teólogo Cardenal José Ratzinger dice en la obra: “Dios
y el Mundo”, Página 31, en el que su afirmación es de que hay un super-habit
, un exceso de la Revelación que aún no hemos llegado a conocer. Esto sin duda y
me refiero a ambos aspectos, toda proporción guardada, representa un reto que
cada generación humana tiene que ir solventando con una mayor profundidad en el
conocimiento de la Revelación. Sin duda
que, pensar que todo lo que Dios nos ha querido revelar ya es conocido absolutamente, sería una
postura arrogante impropia de todo buen cristiano. Así lo que queda claro es que no se podrá nunca dejar de
insistir, de profundizar en los significados y mensajes contenidos y aún
desconocidos de la Divina Revelación en
especial tomando en cuenta los signos de los tiempos. Que fortuna inmensa que
nuestra Iglesia cuente con un MAGISTERIO que lleva la mayor parte de esta
suave carga, y que el Espíritu Santo
guía y cuida.
El Catecismo
de la Iglesia Católica claramente expone en su número 891, que el Papa, en
tanto cabeza del Colegio Episcopal goza de infalibilidad, por lo tanto aquello
que propone por medio de su Magisterio Supremo, se debe de tomar como revelado
por Jesucristo, y ser creído a lo que nos asiste la fe.
¿Cuál es la
respuesta del hombre a la Revelación? Objetivamente enorme, basta que la
historia de la Iglesia nos lo muestra, como no iba a ser así si es el Espíritu
Santo quien la ilumina.Y a título personal comienza con la primera palabra del
Credo “CREO”. Desde la catequesis que de
párvulos recibimos y en la Liturgia de la Misa dominical lo repetimos, es la más
íntima palabra que resuena en nuestra interioridad, es la parte de la fe, Don
de Dios, que gracias al Espíritu Santo
constituye nuestra más bella convicción, es la respuesta al Dios Padre, que nos
revela en Jesucristo con el mas refulgente resplandor que somos capaces de experimentar en nuestro
fuero interno, maravilla de la acción trinitaria. Y objetivamente cuando nos
reunimos en nombre del Señor, especialmente en las Santas Misas dominicales y
festivas, profesando todos la misma fe. Es así que damos sentido a nuestra vida y se
nos permite asumir que Dios es el principio y fin de todas las cosas. Así es,
que estamos, en la más cercana realidad de la Revelación, experimentando
teocéntricamente nuestra existencia como criaturas hechas a imagen y semejanza
de ese Dios que se nos da a sí mismo en el Sacramento Eucarístico,
permitiéndonos: morar en Él en esta vida terrenal, y como signo de que
habitaremos con Él en la Vida trascendente.
De Dios solo
nos podemos expresar con el lenguaje
humano, conviene tomar en cuenta,
la enseñanza de la Anáfora de la Liturgia de San Juan Crisóstomo, “Dios
trasciende toda criatura. Es preciso pues purificar sin cesar nuestro lenguaje
de todo lo que tiene de limitado, de expresión por medio de imágenes, de
conceptos imperfectos, para no confundir al Dios inefable,
incomprensible, invisible, inalcanzable”.
Y Santo Tomás nos enseña: “Nosotros
no podemos captar de Dios lo que Él es, sino solamente lo que no es y cómo los otros seres se sitúan con relación
a Él”.
Podemos, si, nombrar a Dios a través de las perfecciones
que observamos en sus criaturas o sus obras, de sus perfecciones y semejanzas.
De cualquier modo lo que podemos concluir,
es que, por naturaleza el hombre
siempre en toda la historia de la humanidad
busca a la divinidad que sabe que por fuerza debe de existir, y se vincula de alguna manera a esta, esto ha
sido argumento negativo de los enemigos de la cristiandad, pero para los
creyentes es la lógica respuesta de Dios a los hombres a través de su Revelación, al no dejar que
ese vínculo que buscamos los humanos por naturaleza quedara abandonado. Mas bien nos apuntamos a lo que San Agustín
nos dice en sus Confesiones: “ Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, no
habrá ya para mi penas ni pruebas, y mi vida, toda llena de ti, será plena”.
La Divina
Revelación, y solo esta, nos permite
saber que somos hechos a imagen y semejanza de
Dios, de que otra manera se podrían explicar la potencias del alma:
razón y voluntad, además de la libertad de que gozamos los humanos, esto es lo
que nos permite conocer al Dios personal, al que nos dirigimos hablándole
de tu, al Dios que nos ama y lo
demuestra a lo largo de toda la historia de la humanidad, que nos otorga su
misericordia, que en acción trinitaria nos manda a su hijo, hecho hombre para
lavar nuestras culpas, desde la inicial de Adán hasta las nuestras y las
nuestra de todos los que han pasado a la otra vida, los que estamos vivos y los
que aún no han nacido, así los católicos nos dirigimos en oración a Dios
agradecidos y llenos de esperanza en la vida eterna de felicidad en la Visión
Divina.
Sin la
Revelación el ser humano tendría un concepto muy incompleto de Dios, basta que
imaginemos a Sócrates o a Aristóteles pidiendo al “primer motor” que les tomase en cuenta para tal o cual
cuestión, o a las idolatrías propias de las civilizaciones. No es infinitamente
mejor lo que San Juan Damasceno predica al dejarnos dicho: “LA ORACIÓN ES LA
ELEVACIÓN DEL ALMA A DIOS O LA PETICIÓN DE BIENES CONVENIENTES”, solo que
conviene recordar que hablamos de los bienes que nos son convenientes desde la
óptica divina, que no siempre coincide con la humana.
Dios opta
por revelársenos, y para que ello nos favorezca, nos otorga la Fe, es sabido que sin esta base
no le podríamos conocer, su Revelación es paulatina, a partir de Abram, y llega
a su esplendor con la predicación de su Hijo hecho hombre, quien nos revela las grandes verdades no solo
de la existencia de Dios trino y uno, la
que primero constata su divinidad de Padre, para proseguir con la divinidad de
su Hijo hecho hombre, Dios y Hombre verdaderos, vendrá después en etapa
siguiente la revelación plena de la Tercera Persona, el Espíritu Santo, posteriormente nos revelará
las verdades de nuestra propia existencia, de esta vida y de la Vida
Eterna, pero no solo nos deja su maravillosa Revelación sino que nos la
comprueba con su Resurrección, que es la mas absoluta confirmación de todo lo que
nos enseña, y que consiste en que conozcamos las más grandes cualidades del ser
humano como son la mencionada: Imagen de Dios que es el hombre, así como nuestra
filiación divina y nuestro destino trascendente. Con su RESURECCION después de
muerto quedan justificadas todas sus enseñanzas, su Iglesia, su DIVINA
AUTORIDAD, y las verdades absolutas.
Al comenzar la Revelación
con Abraham, proseguir con el pueblo judío y tener su climax en Nuestro Señor
Jesucristo, observamos la acción
conjunta de Dios y el hombre en el Antiguo testamento, a través del Espíritu
Divino, y de los hombres escogidos para recibirla y trasmitirla a los hombres,
las manifestaciones y las Teofanías se van sucediendo, en el Nuevo Testamento
es el nuevo Hombre Dios, nuestro Señor Jesucristo quien nos va revelando a
través de su vida aquella parte, la más importante, la cumbre de la Revelación,
que Dios Padre le pide que realice, por tanto aquello que Dios nos revela desde
Abram, el primero y después a través de los Patriarcas,
Profetas, Jueces y Reyes del pueblo escogido hasta --San Juan Bautista, el último
profeta, quien anuncia la presencia del Cordero de Dios que quita Pecados del
Mundo—todos ellos son los escogidos por
El Espíritu Santo para ser el elemento humano de la Revelación del Antiguo Testamento son
los responsables de la preparación a la venida de Jesucristo, es por tanto
imperioso que en las revelaciones del Antiguo Testamento veamos lo que el
Espíritu de Dios nos va diciendo del SALVADOR PROMETIDO que DIOS desde el
Paraíso nos ofreció, Nuestro Señor prometió
al Salvador, a Adán y Eva y a nosotros su descendientes, y ese es precisamente
el papel de la Revelación preparar al pueblo escogido para recibir las manifestaciones
que llevará a cabo el propio Jesucristo,
cumbre de la Revelación.
Demos gracias a Dios por
su Divina Revelación y pidamos a la Santísima Virgen que nos ayude a conocerla mejor
y acudir al Magisterio de la Iglesia.
Jorge Casas y Sánchez.
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