JUSTIFICACIÓN:
El pecado de Adán atrajo sobre todos los hombres la condenación,
y la obra de justicia de uno solo, JESUCRISTO
procura a todos la JUSTIFICACIÓN con su
muerte y resurrección, que nos da la oportunidad del perdón. Jesucristo vino a
este mundo por todos los hombres, no vivió su vida para sí, sino para
otorgarnos la riqueza de la salvación eterna.
La JUSTIFICACIÓN empieza con el perdón de los pecados que el
Bautismo nos otorga, continúa a lo largo de nuestra vida con el cumplimiento de
la voluntad divina por parte de nosotros, por el hecho de recibir, como ayuda
imprescindible, su Gracia en
especial a través de los Sacramentos y su término es en la Salvación, que es
nada menos que nuestra santidad.
En las Sagradas Escrituras hay múltiples menciones de la
JUSTIFICACIÓN, siendo su significación la forma de vida que busca la santidad,
la que se orienta hacia la salvación. La palabra en el Nuevo Testamento hace referencia a ese acto de Dios que nos comunica la justicia divina por creer
y seguir a Cristo Nuestro Señor. Nos
justificamos al vivir cristianamente, cuando sabemos obtener el don gratuito de
la Gracia que Jesucristo nos otorga al
cumplir con todos sus mandamientos, los de la ley antigua y los de la Iglesia,
que los incluye, la que nos dejó JESUS instituida
precisamente para ello.
El Concilio de Trento nos enseña: “”Por su sacratísima
pasión en el madero de la Cruz nos mereció la Justificación”” (Catecismo de la
Iglesia Católica Num. 617. Y la Resurrección
de Cristo viene a confirmar todas sus enseñanzas y sus actos con ello nos da la
prueba definitiva de su divinidad y de la autoridad suprema y absoluta que le
ha sido otorgada a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, por Dios Padre, por lo que es así como tenemos
la base del Virtud de la Esperanza, para dar crédito a todas sus promesas. Su vida,
enseñanzas, muerte y Resurrección Gloriosa es además cumplimiento de la promesa
de redención que Dios da a Adán y Eva al expulsarlos del Paraíso Terrenal.
EL Magisterio de la Iglesia nos enseña que hay un doble
aspecto en el misterio pascual, al ver en la muerte de Jesucristo la redención
de los pecados, unida al Sacramento del Perdón, y por su Gloriosa Resurrección
la apertura de las puertas del cielo, o sea nuestra posibilidad de salvación,
si de acuerdo a su doctrina y con la ayuda de la Iglesia y el Espíritu Santo,
ganamos la Gracia que nos salva. En Efesios 2, 4-5 nos dice San Pablo: “Pero
Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aunque
estábamos muertos por nuestros pecados, nos dio vida en Cristo por Gracia
habéis sido salvados” y el propio Magisterio ve en la Resurrección de
Jesucristo el principio y la fuente de
nuestra propia resurrección futura, gloriosa, para los salvos. Se puede resumir que si por
Adán morimos, por Cristo renacemos y podemos vivir con Él y en Él, saboreando en
esta, los frutos de la vida eterna, no viviendo ya para nosotros mismos, sino
viviendo para aquel que murió y resucitó
por nosotros.
Vivir esa vida nueva en Cristo es para los que hemos
sido bautizados y creemos en Cristo, la realización de una Fe
Operativa, pues el propio Salvador vinculó el perdón de los pecados al Bautismo
y a la Fe, el Bautismo es el principal Sacramento del perdón porque nos une a
Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación,
para que vivamos esa vida nueva en la que se nos ofrece la Gracia Santificante,
dado que la Santísima Trinidad nos la otorga, Gracia Santificante, Gracia de la
Justificación, al hacernos capaces de
creer en Dios, de amarle y de esperar de
Él la salvación ( las tres virtudes
teologales ) vemos por tanto, en el Bautismo, toda la raíz y organización de la vida
sobrenatural del cristiano a partir de este gran Sacramento de iniciación
cristiana, que bajo la moción del Espíritu Santo, sus Dones, (sabiduría,
inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, y temor de Dios. ) nos
permiten crecer en las virtudes morales. De allí que debemos de tener la
actitud de apertura a las mociones del Espíritu Santo, y es deber primario de
todo catequista el enseñar a tener la mente y el corazón abiertos hacia dichas
mociones. El cerrarse a los mensajes que
recibimos endurece nuestra alma y nos aleja cada vez mas de Dios, mientras la
apertura nos acerca, nos permite conocer
más a Dios, enriquece nuestra oración, abre y permite la comunicación con
nuestro creador y nos enseña a escucharle. Siempre tiene cosas que decirnos,
ante cualquier circunstancia de la vida, alegría, problema, decisión difícil,
actitud a tomar, relación con otros seres humanos, familiares o no,
enfermedades propias o de nuestros prójimos, en felicidad o preocupación, ante
cualquier deber a cumplir, en nuestro trabajo y quehaceres, siempre debemos
estar atentos a la voluntad divina que en nuestra conciencia se nos da. ( los
empujoncitos de los que nos habla Benedicto XVI).
La situación opuesta viene a ser aquella en la que no
hacemos el acto de introspección, en la que no examinamos nuestra conciencia
para actuar sino que nos dejamos llevar por las pasiones, lo que llevado a un
grado grave acaba por borrar la diferencia que existe entre la voluntad y la
pasión, volviéndose estas como una misma cosa, cuando las pasiones deben de
estar sometidas a nuestra voluntad y ésta a la de Dios. Es el caso de los incrédulos, los
indiferentes, que resultan pésimos
pensadores, por supuesto que es imposible la justificación en esa
circunstancia, bástenos este breve examen para designar al indiferente como
errado, pues la inmensa mayoría de la humanidad se ocupa de una u otra manera
de alguna religión, los legisladores la tienen en cuenta (aunque temiéndola en
ocasiones), para legislar, los sabios la llevan a sus más profundas
meditaciones, los códigos y otros
escritos de ética, se basan en sus aspectos morales, las vemos representadas en monumentos, (el
Corcovado) en la arquitectura, el arte más sublime, (música, escultura,
literatura, pintura), las bibliotecas están atestadas de libros sobre ellas, en
la vida diaria de hoy sea en la prensa en la Internet, en la primera menos pero
en la segunda en forma creciente, el cuestionamiento es: ¿podemos ser
indiferentes ante esto? o adoptar la postura de no interesarme porque es cosa
de mentecatos, del pasado, del género femenino, etc. Lo que es penoso es que
olviden que pronto seremos todos cenizas, que estamos en esta vida de
peregrinos hacia otra que no es cortita, como esta, sino eterna. Esta vida de la que actualmente
gozamos nos ha sido dada sin participación de nuestra parte, pero la otra a la
que trascenderemos y pronto, SI LA PODEMOS ESCOGER, y para nuestro bien o para nuestro
mal eternos, el que sea. Pero Dios en su Divina
Misericordia, no solo nos ha dejado la institución, (Iglesia), los
instrumentos (Doctrina, Sacramentos,
Magisterio) y la ayuda del Espíritu
Santo, sino también a su propia madre como madre nuestra, para ayudarnos a
cumplir su suave ley, y así justificarnos hasta la salvación.
Jorge Casas.