martes, 21 de julio de 2015

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agusti_cortesMons. Agustí Cortés          Por estas fechas gran parte de la población está de vacaciones. El regreso al mar o a la montaña, el viaje a lugares y países de geografía o cultura diferentes de la habitual, hacen súmamente oportuna la lectura de la encíclica Laudato si’ del papa Francisco. Es un texto de Doctrina Social de la Iglesia para pensar, para orar, para comprometerse.
Como es sabido, esta encíclica lanza un mensaje profético al mundo desde lo que podemos denominar “la ecología cristiana”. Nuestra fe en la creación nos dice que el sentido y el destino de la naturaleza y del cosmos en general están estrechamente ligados a la humanidad: ésta recibe el mundo y lo “humaniza” sin destruirlo, ya que la destrucción del cosmos supone la muerte del mismo ser humano. En el proyecto de Dios Padre creador, la persona humana es colocada en un jardín de frutos bellos y sabrosos a fin de que, trabajándolo, le sirva de hábitat, alimento y goce estético. De ahí se deriva una moral, una virtud ecológica, que ha de marcar nuestro trato del mundo natural. Esta moral ecológica afecta así a prácticamente todos los campos de la vida personal y social.
El turismo vacacional sería, en este sentido, una gran oportunidad para vivir este mensaje. Tenemos sin embargo una dificultad: resulta preocupante que, salvo valiosas excepciones, el turismo vacacional no es en realidad un encuentro con la naturaleza, sino la prolongación del propio mundo a otro lugar, a lo sumo jalonado con detalles exóticos, que le dan un cierto atractivo. Y si nuestra forma de vivir habitualmente nuestro propio mundo, para mantener un nivel de bienestar, explota la naturaleza degradándola, allá donde vamos de turismo vacacional puede darse una explotación de recursos naturales tanto o más grave. Los llamados espacios vacacionales y de turismo, en general, son tan “civilizados” como nuestras ciudades. En ellos rige la ley del mercado con la misma prepotencia y eficacia que en el corazón de la civilización más avanzada.
El discernimiento que hace el Papa, siguiendo y desarrollando la doctrina de todos los papas anteriores desde san Juan XXIII, consiste en atribuir la degradación de la naturaleza a una explotación incontrolada, que brota de la ambición y del interés egoísta de quienes tienen el poder sobre la técnica y los medios de producción. La “cuestión ecológica” es por ello una cuestión esencialmente moral.
A partir de aquí se derivan las llamadas a las instancias políticas y económicas internacionales para que se adopten medidas para “salvar el planeta”. Pero también se derivan las pautas de conducta de personas y grupos que en la vida cotidiana hemos de evitar toda explotación que degrade irreversiblemente la tierra. La ecología del cosmos y la ecología humana van de la mano.
Hemos venido subrayando “el poder de los débiles” y la “virtualidad de la pobreza”. No es casualidad que el patrón de la ecología católica sea san Francisco de Asís, como lo proclamó san Juan Pablo II. Y no es casualidad que quienes más degradan la naturaleza sean quienes más explotan a otros seres humanos.
- Somos invitados a respetar, admirar, perfeccionar, todo lo creado.
- El mejor modo de hacerlo es amarlo.
- La manera más perfecta de amar es desprenderse y renunciar a toda forma de dominio sobre aquello que se ama.
Es el amor al ser humano lo que está en juego.
¿Será posible que al acabar las vacaciones pueda brotar de nuestro interior algo parecido al Cántico de las criaturas de San Francisco y que alabemos a Dios por la fraternidad extendida al sol, la luna, el agua, el fuego…?
† Agustí Cortés Soriano